7.2. Al final… ¿Fuiste tú?

 

Estimado visitante… ¡Para el carro!

Puede haber muchas variables que te hayan traído hasta este rincón. Tal vez vengas a leer esta parte  de la historia en concreto, quizá mi pacto secreto con Google te arrastrara hasta aquí o puede que te hayas acordado de esta página y decidieras volver.

Por lo que sea y por si no lo sabes, este es el final de una historia que comenzó hace un par de capítulos. Si te apetece empezar por el principio o te has perdido alguna parte, aquí tienes los enlaces:

  1. El caso… ¿Has sido tú?
  2. La caída…¿Has sido tú?
  3. El aterrizaje… ¿Has sido tú?
  4. La biblioteca… ¿Has sido tú?
  5. El móvil… ¿Has sido tú?
  6. El final… ¿Has sido tú? (Final simple)
  7. Al final… ¿Fuiste tú? (Primera parte)

Busca entre los nombres, es muy probable que hayas tenido algo que ver.

Sobre todo, espero que te guste.

Un beso y gracias por la visita.

 

 

doctor sueño

 

 

Ahora sí, este es el final.

Me repito, lo sé… pero espero que os haya gustado. Por mi parte, solo decir que me lo he pasado en grande escribiendo esta historia ;). Muchas gracias por pasar, por leer y por comentar.

 ¡Ahí va!

 

 7.2 Al final… ¿Fuiste tú?

 

Mientras el drama se desataba en la parte  delantera de la mansión, Blacquier volvió a colarse por la puerta de atrás.

En el pasillo, Canopus la esperaba con los brazos en jarras.

 –Buena la habéis liado. ¿No había otro modo de hacer las cosas?

Blacquier puso los ojos en blanco.

—¿En serio me estás preguntando eso a mí? —respondió, sin reflejar ni un ápice de culpa—. Si me disculpas, tengo una elegida que rescatar.

Canopus no la siguió.

—Creo que conoces el camino. En cuanto esté libre, te ayudaré.

Blacquier le lanzó una mirada maliciosa.

—Si claro, ayudarme. No te preocupes Canopus, te prometo que no me la comeré.

Alejándose del ama de llaves, la arpía subió por la escalera rumbo a la biblioteca. No dejaba de resultarle curioso que su primera acción como malvada oficial fuera hacer el bien.

Al entrar en la habitación, sonrió al ver la ventana abierta y el escalón desencajado. La única pega que podía ponerle al plan era que no se le hubiera ocurrido a ella.

Sin prisas, disfrutando el momento, barajando la opción de construirse una mansión o seguir en la siniestra casa a la que tanto cariño le tenía, buscó el libro. Una vez dio con él, le quitó la sobrecubierta y colocó la antología contra las otras obras, en lo que era el centro de la puerta secreta.

Hecho esto se retiró y encendió un cigarrillo. Tras un par de caladas, lo lanzó contra las tapas. No falló. El libro se convirtió en una bola de fuego que la obligó a dar un paso atrás y resguardarse mejor. Impresionada, sacó su móvil y contactó con Mientras Leo.

—Insisto, que sutil. Creo que me he quedado sin cejas.

Al otro lado de la línea, Mientras Leo se rió.

—Ya te crecerán. Se necesita mucho fuego y mucho calor para igualar el hechizo, tendrás que esperar un poco … Oye, por curiosidad… ¿Qué libros nos hemos visto obligadas a carbonizar?

Blacquier, que se había fijado en eso, hizo tiempo para que pareciera que le daba igual y, de paso, encendió otro cigarrillo.

—Vaya, quién lo iba a decir: libros de autoayuda.

La réplica de Mientras Leo no se hizo esperar.

—Qué lástima… ups… Te dejo Blacquier, creo que tengo un cliente descontento.

—Pásalo bien —se despidió Blacquier, dando una profunda calada al cigarrillo mientras contemplaba las llamas.

En ese mismo momento, en una estación de servicio normalmente abandonada, los que habían sido designados vigilantes, Ali el Profeta y Desconocido el Fauno, conocían a la detective Mocauy.

Clark entró en la biblioteca enfadado. No se podía decir que Ken y él fueran como hermanos pero sí que habían pasado mucho juntos. En cualquier caso, la cuestión era dar un escarmiento a los perpetradores de semejante faena.

No le caía bien Mientras Leo, en sus usurpaciones de identidad siempre lo pillaba y alertaba a todos los demás. Otro punto para que fuera una cuestión personal.

Parte de su ímpetu se esfumó al verla subida a una escalera colgando un extraño cartel en el techo. ¿Qué demonios estaba haciendo?… Y ese cartel era raro, raro.

Mientras Leo, como si nada, le dedicó una mirada fugaz y siguió trasteando con el anuncio.

—Cuidado Clark, aún no está asegurado.

Clark estaba más interesado en encontrar un buen modo de hacérselas pagar todas juntas. Se planteó darle una patada a la escalera. La caída sería importante pero prefería estrangularla con sus propias manos, por ejemplo. Lo que fuera, tenía que ser una muerte lenta y dolorosa.

Segundos después, le llegó la información a la cabeza. Esa advertencia no venía a cuento.

—Como si te importara. Por tu culpa Ken está muerto.

Mientras Leo lo miró con su mejor gesto de sorpresa y bajó de la escalera.

—¿En serio?

Clark no la creyó. Bueno, no del todo. Seguro que mentía. No lo iba a reconocer pero tenía que hacerle ver que iban un paso por delante.

—No me vengas con esas. Sabemos que fue cosa tuya, un plan en nuestra contra.

Mientras Leo se mantuvo en su papel.

—¿Un plan? ¿Qué plan? No, yo no…

Clark empezaba a dudar. Y no quería dudas, quería quitarla del medio….

—¡Fuiste tú!

Mientras Leo abrió mucho los ojos.

—Oye, a mí que me registren*1.

Clark dudó, otra vez. Si era cierto… No, no iba a irse de allí sin su personal vendetta. No volvería a tener una oportunidad como esta, en la que librarse de la bibliotecaria estuviera tan justificado…

—No me fío de ti, nunca te caí bien —aseguró, con la vista puesta en las cuerdas enganchadas al cartel. Colgaba del techo pero por un solo extremo, otro cabo estaba sujeto a una de las estanterías para compensarlo… un trabajo a medio terminar…

Mientras Leo lo observó. Su rostro era un libro abierto.

Clark se acercó a la estantería, con los ojos puestos en el nudo. Fastidiarle el trabajo no era gran cosa, pero sí un comiendo.

—Siempre haciendo la puñeta, alertando a todos de mis intentos… —le dijo, dispuesto a deshacer el nudo.

—No toques esa cuerda —le pidió Mientras Leo.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Clark.

—¿Cual?, ¿esta? —preguntó, casi al tiempo que soltaba la cuerda.

El cartel se desprendió del techo pero no llegó a caer gracias a otra de las sujeciones. Todo sucedió muy rápido y la inercia impidió cualquier reacción. El pesado trozo de metal fue directo hacia Clark y, con la precisión de una guillotina, lo decapitó.

—Yo te lo advertí —murmuró Mientras Leo.

Pablo dejó la trastienda para reunirse con la bibliotecaria. Lanzó una mirada al cuerpo desmadejado del suelo y buscó la cabeza, que había rodado un par de metros hasta que otra de las estanterías la frenó.

—Menos mal que a Loida le sobró acero del conjuro ese para las espadas. Menuda íbamos a tener que limpiar de lo contrario. —Dicho esto, pasó a lo importante olvidándose de una vez por todas de Clark—. ¿Y ahora?, ¿qué hacemos con el cartel?

Mientras Leo contempló hipnotizada el metal que se mecía con suavidad en el aire. No tenía mucho sentido que siguiera allí…

Los teléfonos de ambos pitaron y, al tiempo, fueron a ver el breve mensaje.

—Un Ce62, lo que faltaba. Vamos, te ayudo a quitar el cartel —dijo Pablo.

Mientras Leo torció el gesto.

—No, mejor lo dejamos… no  vaya a hacernos falta.

Blacquier encendió otro cigarrillo.

—Como esto siga así me voy a fumar media cajetilla —Las llamas se ensañaban con la estantería y lo que la ocupaba, se habían extendido por la biblioteca, amenazaban con ocupar el pasillo, pero la puerta no se daba abierto.

Varios vecinos colaboraban para mantener a raya el fuego.

A su lado, Canopus se retorcía las manos.

—Me preocupaba más la chica que está ahí dentro. La habitación secreta está aislada, su ventilación es diferente… pero no sé…

Muy en su línea, la arpía no estaba en absoluto preocupada.

—Relájate Canopus, no sabremos cómo está hasta que se abra la puerta.

Canopus la miró desconcertada.

—A ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad.

—A ver—le dijo Blacquier.

Una densa humareda las rodeó. Al hacer frente al incendio el humo empezaba a ser preocupante.

Canopus no sabía si la elegida podría oírla o no pero tenía que intentarlo.

—Aguanta Yaz, te sacaremos de ahí. Tú… aguanta.

El teléfono de ambas sonó, tenían un whatsapp. Blacquier gruñó al leer el mensaje.

—Lo que faltaba, un Ce62.

En la reducida habitación, con la funda de la almohada humedecida para proteger su nariz y su boca, a Yaz le hubiera gustado replicarle a aquella voz que ya estaba aguantando demasiado.

Su vida normal se había ido al traste por culpa de un inocente paseo por el bosque. Si salía de esa, no volvería a acercarse ni a un jardín.

Si se lo cuentan no se lo cree. De hecho, aún le costaba asumirlo.

Sus tías, Anamari y Selene, tenían razón. Debería haber ido en coche pero no, tenía que pasear. Le apetecía atravesar el bosque, despejarse, disfrutar de la paz y la tranquilidad que se respiraba en plena naturaleza y lo había hecho hasta que dos desconocidos le habían cortado el paso.

La cogieron completamente por sorpresa. Ni siquiera sabía por qué se había quedado inconsciente y cuando volvió en sí ya estaba en la habitación. Pasaron horas hasta que aquel estirado le dijo que era la elegida.

Seguía sin saber quién la había elegido o para qué pero, al parecer, se reducía a pasarse el resto de sus días encerrada.

Por no saber no sabía ni en qué día estaba. Había perdido por completo la noción del tiempo. Parecía que llevase siglos allí y todos sus intentos de fuga habían sido en balde, o habían tenido como resultado algún que otro chichón y varios ayunos.

Y ahora esto. Por muy amistosa que sonara la voz que acababa de escuchar, no le era fácil ser optimista.

Cuanto más tiempo pasaba, más se llenaba de humo la habitación. Los ojos le escocían y empezaba a marearse.

De pronto, escuchó un click. Conocía bien ese sonido, era el que hacía la puerta al abrirse. Esperanzada se puso en pie, demasiado rápido. Cuando intentó dar el primer paso, se quedó inconsciente.

El alcalde se presentó en la taberna sin la menor intención de armar revuelo. Con la cabeza fría, pensaba mejor. No se fiaba de Mere, por mucho sentido que tuviera su confesión o por muy intimidada que se hubiera mostrado.

Como era de esperar, Mari y Valaf se encontraba allí, sin indicios de culpa.

—Buenos días—saludó el alcalde.

Esta vez no ocupó la barra. Se quedó en pie, estudiando a los taberneros. Si los ponía nerviosos, mejor para él.

Valaf, visiblemente incómodo por el comportamiento del alcalde, devolvió el saludo.

—Buenos días… ¿Qué pasa ahí fuera?

Mari también intervino.

—Sí, estábamos a punto de salir a ver.

—Ah claro, no lo saben —se burló el alcalde—. Tanto da. Creo que es mucho más interesante lo que pasa aquí dentro.

Valaf y Mari se miraron preocupados.

—Disculpe… —dijo Valaf—. ¿A qué se refiere?

El alcalde meneó la cabeza.

—¿Van a decirme que no esconden aquí, en su taberna, el oro que busco?

El breve silencio que mantuvieron los taberneros resultó delator. Mari fue la primera en romperlo.

—Por supuesto que no…

Mari, no —le dijo Valaf, acariciándole el brazo para moverla y que se mantuviera tras él, antes de lanzarle una mirada de suplica al alcalde—. No le haga daño, fue todo cosa mía. Ella no sabe nada.

–¿Saber qué? —preguntó Mari, cada vez más pálida.

Valaf no le respondió. Sus ojos seguían fijos en los del alcalde.

—Por favor… si la deja ir, yo mismo le diré dónde está.

Con la maldad escrita en el rostro, el alcalde negó con la cabeza. Valaf iba a intentar jugársela, estaba intentando jugársela. Lo veía tan claro que resultaba un insulto.

—Nadie se va a mover de aquí y sé bien dónde está mi oro —gruñó, antes de encaminarse hacia la bodega.

Mari y Valaf contuvieron la  respiración y agudizaron el oído en cuanto dejaron de verlo. El Mal accedía al piso inferior por la misma puerta que otros habían traspasado horas antes para confabular.

Esperaron. Esperaron un poco más… hasta que oyeron un crujido de madera, un golpe mezclado con un par de quejidos y silencio otra vez.

Sin tenerlas todas consigo, Valaf dejó la barra y fue a ver. En efecto, el alcalde estaba tendido en el suelo en una extraña posición, con el cuello roto y los ojos abiertos sin el menor rastro de vida.

Aliviado, suspiró.

—Esto… cuidado con el escalón.

Mari apareció tras él y, mientras se abrazaban, les sonó el teléfono.

Valaf sacó su móvil y chistó.

—Entrometido a la vista.

Mari, que había recibido el mismo mensaje, contempló el cadáver. Al momento, tanto ella como Valaf fijaron su atención en un punto concreto de la bodega que, a primera vista y en el mundo mortal, no era más que un rincón en la pared. Por el contrario, con magia, allí se situaba puerta secreta hacia otro mundo*2. Que grandes aventuras habían vivido gracias a esa puerta… que bien les hubiera venido no tenerla inutilizada.

—Será mejor que ocultemos al señor alcalde. ¿Lo metemos en los barriles*3 o lo envolvemos por si alguien baja hasta aquí? Podemos usar el tapiz grande de la taberna.

Valaf asintió.

—El tapiz, sí. Estaba pensando en cambiarlo… vi uno… Bueno, luego te cuento y a ver qué te parece. Ahora, lo envolvemos y ya cuando haya magia lo mandamos para… bueno, yo que sé.

—Tegucigalpa*4 —decidió Mari.

—Buen destino, sí señor.

La aparición de la detective Mocauy había puesto nerviosos a aquellos vecinos que se habían enterado de lo que la llevaba allí.

Mientras Leo había salido a la calle para valorarla y, de un solo vistazo, supo que no iba a ser nada fácil librarse de ella.

Lo sentía por la recién llegada pero no habían llegado tan lejos para estropearlo justo ahora. Haría lo que fuera necesario pero la detective no se iría de allí con la verdad, ni tendría la menor opción de pedir refuerzos o alertar de cualquier forma a nadie más.

A su lado, Mere también contemplaba a la detective.

—Va a dar problemas.

—Por su bien, espero que no.

Mere se encogió de hombros, indiferente, ajustándose su sombrero y recuperando la maleta que había apoyado en el suelo.

—Cualquier cosa me lo contáis. Yo me voy que no quiero perder el vuelo y mucho menos que el cambio me pille de camino.

Mientras Leo recuperó su buen humor.

—En cuanto todo esto termine, iré a visitarte a Paris*5.

Yaz se despertó con el desagradable humo envolviéndola y la certeza de que alguien estaba abofeteándola.

—Vamos, vamos. ¡Reacciona! —exigió Canopus.

—Ya, ya, ya —protestó Yaz—. ¡Deja de pegarme!.

—¡Por fin! —gritó Canopus agarrándola del brazo para que se levantara—. Venga, que se acaba el tiempo. ¡Arriba!.

Por no perder el brazo, Yaz se levantó, todavía enemistada con la gravedad. Estaba completamente descolocada. La mujer de voz amable no estaba siéndolo en absoluto. Tenía los ojos tan irritados que apenas podía ver dónde se encontraba.

Canopus la sostuvo a tiempo, antes de que regresara al suelo. No le gustaba tener que azuzarla, entendía su estado y era evidente su confusión, pero la magia debía volver a su lugar, los habitantes del pueblo necesitaban contar con ella aunque fuera de forma débil para poder librarse de cualquier entrometido por las buenas.

—Escúchame, es importante. ¿Ves esa piedra de ahí?. Tienes que cogerla. La vida de una buena persona depende de lo rápida que seas.

Yaz soltó un quejido. No entendía nada en absoluto. Su visión empezó a mejorar. Estaba en la biblioteca del alcalde, esa parte la conocía bien.

—Quiero una explicación.

Canopus no dejó de tirar de ella pero se la brindó.

—Muy fácil: Yo soy Canopus, el bien y tú eres la elegida, la única que puede tocar la piedra y devolverla al lugar que le corresponde.

—Eso no…

Ni siquiera pudo decir más de dos palabras. Desde la puerta, le llegó una voz en absoluto amable con un buen motivo para colaborar.

—O coges la puñetera piedra o te vuelvo a encerrar —la amenazó Blacquier.

A regañadientes, Yaz extendió los brazos y tanteó su alrededor. Canopus la guió hasta el cofre. Al coger la piedra, lo único que notó fue su peso y su frialdad.

—¿Y ahora qué?

—Vamos a devolverla —respondió Canopus, sin dejar de guiarla.

—Rapidito —las apremió Blacquier en cuanto pasaron por su lado.

De camino a dónde fuera que la llevaban, la humareda empezaba a ser menos espesa y sus ojos respondían cada vez mejor. Se percató de su lamentable aspecto. Canopus no estaba mucho mejor y aún así parecía feliz.

Había dicho que era el bien. Definitivamente había ido a parar a un lugar de pirados. Igual estaba más segura dentro de la habitación.

Nada tenía el menor sentido y no mejoró cuando la arrastraron hasta una especie de sala subterránea en la que no había otra cosa que un saliente en una de las paredes de piedra.

—Ponla ahí —le pidió Canopus.

Yaz hizo lo que le mandaban. Esperaba que así la dejasen en paz y quería perder de vista a la otra mujer que, ya puestos en adjudicar papeles imposibles, tenía toda la pinta de ser el mal.

En cuanto dejó la piedra sobre la roca sintió algo que no fue capaz de describir. Una calma comenzó a apoderarse de su cuerpo, y parecía susurrarle que ahora todo estaba en su lugar.

—Pero qué…

Blacquier interrumpió el momento.

—Oh  vaya, eso mismo. Se hace tarde y tienes que adecentarte. Canopus te pondrá al tanto por el camino.

Yaz no había entendido palabra pero no pensaba preguntarle a Blacquier. De regreso al recibidor, Canopus aclaró sus dudas.

—Hay una detective que está aquí por tu desaparición. Intentan despistarla pero les resulta complicado y como descubra cualquier cosa extraña que pueda delatarnos… no saldrá de aquí.

Yaz la miró con expresión derrotista.

—¿Descubrir el qué? No tengo la menor idea de lo que me habla.

—Lo sé. Descuida, es importante que conozcas toda la verdad. Así será más fácil buscar una buena versión con la que librarnos de ella.

Separándose de Blacquier, Canopus y Yaz dejaron la mansión y atravesaron la calle a la carrera para evitar que Mocauy, en la tienda de música, las viera.

De no ser por lo que transmitía Canopus, Yaz se hubiera escabullido y ella misma iría a pedir auxilio a la detective. Esta sensación, sumada a lo que había sentido al dejar la piedra en el saliente, la tenían demasiado confundida para escuchar cualquier tipo de razón.

El cadáver y la cabeza de Clark, terminaron arrinconados en una esquina del almacén. Mientras Leo se sacudió las manos y  dejó a Pablo allí, con sus ordenadores y sus archivos.

En la parte principal, en la zona de lectura, Marian acariciaba a su gato mientras leía uno de los libros que Marilú había puesto sobre la mesa.

—¿Cuántos hay? —preguntó Mientras Leo.

Marilú murmuró unos segundos más, terminó con una de las estanterías y, por fin, se volvió hacia la bibliotecaria.

—Los mismos, exactamente los mismos. Ni más ni menos.

Resultaba frustrante esa inexactitud. Ella era la encargada de contar los libros, indicativo infalible de quién podía estar al tanto de lo que eran, quien ya no estaba con ellos, quién había nacido. Cada historia, independientemente del género o del argumento, era de una persona. Seguro que en cuanto la magia regresase a la normalidad aparecerían y desaparecerían un montón. Menudo trabajo le esperaba.

Trotalibros, encargado de revisar las estanterías que había al comienzo de la tienda, habló en voz alta para que lo oyeran.

—Nada de nada. No puedo estar seguro si no entro en los libros, pero no veo que haya ninguna variación. Son los mismos que están. —dijo, apenado. Cómo echaba de menos ir saltando de libro en libro. Él entraba, literalmente, en ellos. Era un espectador excepcional. O lo había sido hasta el fin de la magia. Que ganas de que todo volviera a la normalidad.

En la zona de lectura, Marilú negó con la cabeza.

—No podremos saberlo, por la falta de magia, pero al no aparecer ningún libro nuevo, nadie más puede formar parte de esto.

Mientras Leo asintió conforme. Si nadie más podía saber qué sucedía allí… nadie más lo sabría.

Después de la larga charla mantenida con Canopus, Yaz se creía lo que sucedía en aquel pueblo, lo que eran sus vecinos, y precisamente por ello no veía la hora de marcharse de allí.

Habían sido unos días horribles, estaba cansada, lo único que ella deseaba era irse a su casa y recuperar su propia normalidad. Los entendía a la perfección.

Nada más entrar en la biblioteca le llegó parte de la conversación que mantenían Mocauy y Mientras Leo. Se acercó con normalidad, sin dejar de escuchar, agradecida porque la única que había reparado en ella fuese la bibliotecaria.

Las intenciones de la detective estaban claras: no dejaría el caso del alcalde ni con su aparición, ni así le jurase que esa gente no le había hecho nada.

Con un ligero sentimiento de culpa observó la estantería repleta de libros que tenía más cerca y se hizo con una contundente edición del Decamerón.

—Por supuesto —le dijo Mientras Leo a Mocauy—. Está justo detrás de usted.

Antes de que la detective tuviera tiempo a volverse, Yaz intentó golpearla en la cabeza con el libro.

Siempre alerta, Mocauy se agachó los suficiente para observar de cerca las botas de Mientras Leo y para esquivar el ataque del Decamerón.

Tras el intento fallido, Yaz sonrió a la detective y se apresuró a soltar el libro. La mirada de Mocauy estaba fija en ella, con una mezcla de incredulidad y enfado.

—Si… esto… ¡Buenos reflejos!… Ya sabía yo que lo esquivarías… menuda broma más divertida, eh…

Mocauy entrecerró los ojos. Podría pasar el intento de agresión pero que la tomaran por tonta, no, y en ese pueblo todos parecían encantados de hacerlo.

—Tienes cinco segundos para explicarme qué está pasando aquí —le dijo a Yaz, sin perder de vista a Mientras Leo, por si intentaba jugársela. Estaba claro que necesitaba refuerzos para hacer frente a tanto lunático, con el dedo en el botón de llamada, sacó el móvil.

Yaz no tenía la menor idea de que decirle. Sus ojos fueron de la detective a la bibliotecaria, a la caza de alguna solución adecuada. Nadie parecía tener una idea clara. Una voz que le resultaba tan conocida como desagradable, consiguió darles un poco de tiempo.

—¡Que le corten la cabeza!

Blacquier se abrió paso entre las estanterías y se acercó a Yaz con una amplia sonrisa.

Perpleja, convencida de que había oído mal, Mocauy se fijó en la recién llegada.

—¿Qué?… ¿pero tú quien eres?

Blacquier mantuvo su sonrisa más macabra.

—Soy la jodida reina de corazones.

Canopus, que había entrado detrás de la arpía, protestó.

—No más derramamiento de sangre, por favor.

—Bueno, técnicamente, sangre no se ha derramado —resaltó Mientras Leo.

También Valaf y Mari se habían acercado hasta la biblioteca para seguir de cerca el asunto de la detective.

—Esto… igual tú no… —puntualizó Valaf— pero no veas la cochinada que tenemos nosotros en la bodega de la taberna.

Incapaz de reaccionar entre tanta palabrería incomprensible, Mocauy solo podía mirar para unos y otros, sin saber de cuál debía protegerse más.

Mientras Leo tenía a un paso el estante de las novedades y decidió seguir el ejemplo de Yaz. Armada con el libro “Doctor sueño” de Stephen King, fue a por la detective… y no falló.

Los presentes miraron hacia el suelo, a la pobre detective inconsciente. Más práctica, Mientras Leo les habló a Trotalibros, Marián y Marilú.

—¿Hay libro nuevo o no hay libro de esta? No vamos a cargárnosla si al final podía estar al tanto de todo —explicó la bibliotecaria.

Los encargados de la búsqueda seguían sin encontrar nada. Como la magia todavía estaba cargando… todo podía ser.

—¿Y bien? —exigió saber Canopus.

Hubo un momento de silencio. Todos tenían sus dudas, salvo Blacquier, que no albergaba ni una.

Finalmente, Mientras Leo tomó la palabra. Después de tantos planes arriesgados, agradeció la facilidad de este.

—Está bien, está bien. Creo que tengo una idea. No implica muerte… pero sí años de terapia.

Canopus asintió conforme.

—Podría ser peor.

 Mocauy se despertó aturdida y con un dolor de cabeza de mil demonios. Le costó orientarse pero los recuerdos no tardaron en regresar.

Sobresaltada, a la defensiva, se sentó y observó el lugar en el que se encontraba incapaz de asumir lo que veía.

Estaba en una gasolinera, muy similar a la que había visitado antes de llegar al pueblo… si no era la misma… pero parecía llevar décadas desocupada.

—¡Por fin despierta! —exclamó Yaz, acercándose a ella para ayudarla a incorporarse.

Mocauy la miró perpleja.

—¿Yaz?

Yaz asintió.

—Creo que ha estado buscándome —le comentó, mientras la ayudaba a sentarse contra el capó del coche—. Espero que no le moleste pero cuando la encontré y vi que estaba inconsciente… creí que sería mejor saber quién era usted. Le agradezco mucho que viniera a buscarme y me encontró. De no ser por el ruido de su coche seguiría dando vueltas por el bosque.

Mocauy se pasó la mano por la parte posterior de la cabeza.

—¿Cómo?. ¿De qué hablas?. Estabas en el pueblo. Acabé allí por tu desaparición y me encontré con el asesinato del alcalde… te vi… ¡intentaste golpearme con el Decamerón!… y luego aparecieron….

La expresión de Yaz solo dejaba ver que consideraba el golpe de la cabeza bastante grave.

—No hay ningún pueblo por aquí. En serio, lo habría encontrado… Debería verla un médico. Su teléfono pasó a la historia al aterrizar sobre él, pero el camping Rizel no puede estar lejos. Tal vez allí…

Mocauy observó el suelo en el que se había despertado. Aparentemente se había caído pero no tenía sentido que hubiera parado allí si la estación no funcionaba.

—¿Por qué iba a parar aquí? —se preguntó en voz alta.

—Por esto, claro —respondió Yaz, tras recoger una hoja del suelo en la que, escrito en fucsia, pedía ayuda—. Pensé que no estaba de más.

Mocauy se fijó en el cartel improvisado. Recordaba uno similar, escrito en el mismo color… pero no ponía eso.

—No puede ser…

Insistió. Describió todo lo que había visto. Desde las baldosas amarillas hasta las espadas que habían dado muerte al alcalde. No olvidó el extraño nombre de los comercios y, al tiempo que hablaba, no necesitaba ver la expresión de Yaz para saber que no la creía. De hecho, ella empezaba a dudar.

Todo rasgo característico resultaba tan pintoresco que no podía ser real.

Yaz tuvo que morderse la lengua para no confesar.

—Se ha dado un buen golpe. Ha debido soñarlo o algo. A mí a veces me pasa…

Mocauy la interrumpió, suspicaz.

—Hueles a humo.

—¿Perdón? —preguntó Yaz. Con eso no habían contado.

—Hueles a humo y en el pueblo que no existe hubo un incendio.

Yaz se encogió de hombros.

—He estado a la intemperie, me moría de frío y encendí una hoguera… Sé que está prohibido y eso, pero no…

Mocauy agitó las manos interrumpiéndola.

—Da igual.

Como la detective parecía ensimismada, Yaz tomó la palabra otra vez.

—Tal vez deberíamos marcharnos. No me apetece pasarme las fiestas aquí, he tenido bosque para una buena temporada. Si hubiera sabido conducir tu coche ya estaríamos en la ciudad.

Una corazonada volvió a asaltar a la detective.

—Deberías saber llevar mi coche. Se supone que tienes carné de conducir.

—Y tengo un coche, automático. En el suyo me sobraba un pedal.

Todo cuanto decía solo servía para que Mocauy se sintiera peor. ¿En realidad había sido un sueño? Tenía sentido, mucho más que de ser algo real… pero le había resultado todo tan… Tuvo que intentarlo por última vez.

—¿Y el nombre que vi en tu habitación? Era un pueblo, lo vi… La policía estuvo en ese pueblo —aseguró.

Yaz negó con la cabeza y, tras colar el brazo por la ventanilla, le tendió el expediente en silencio, como si no quisiera resaltar que una vez más estaba equivocada.

Mocauy observó las fichas con horror. El nombre seguía allí: Adryana pero, según las anotaciones, era el nombre de uno de sus contactos de facebook. No había una sola mención acerca de que la policía hubiera ido a visitar un pueblo.

—No existe —murmuró Mocauy con incredulidad. Empezaba a asustarse. Ella creía tener esos recuerdos de verdad y no estaban relacionados con el golpe.

Con suavidad, Yaz le pasó la mano por el brazo.

—Si prefieres podemos ir andando.

Mocauy dudó. Estaba bien… pero todo le resultaba tan real. Se fijó de nuevo en la gasolinera y le pareció que, por un segundo, volvía a estar en perfecto estado. Incluso le llegó la voz de Aly, la chica que la había atendido: “Dice la profecía…”

Mocauy se estremeció.

—Andando, sí. Mejor.

 

 

*1 Aportación de Mientras Leo.
*2 Aportación de Valaf
*3 Aportaciónde Mari
*4 Aportación de Mere
*5 Aportación de Mientras Leo y Mere

 

 

 Nota: Me he agenciado vuestros nombres, si, os avisé. La mayoría son de los que comentáis o habéis comentado varias veces, también estarán en ella blogueros a los que yo sigo y algunos de los que le habéis dado al “me gusta” en facebook. Desconocido, Misterioso, Discreto, y demás corresponden a los que no he podido meter o no conozco. La historia se divide en varias partes que iré subiendo a los pocos y terminará antes de fin de año. Con esto resuelvo un caso y la felicitación navideña del blog… que me he quedado sin postales ;)

 

 

, , ,

9 Responses to 7.2. Al final… ¿Fuiste tú?

  1. Valaf ohhhhhhhh yeah!!! 8 febrero, 2014 at 20:27 #

    Bien, bien, BIEN !!!!!

    Este es el final que más me gusta, sin ninguna duda, lady Nesa. Por cierto, así entre nosotros………………PUES NO LE VINO BIEN NI NADA A LA TABERNERA ESO DE DESHACERSE DEL TAPIZ, jeje………………….NO SÉ PORQUÉ LE TENÍA ESA MANÍA, jajajajajajajaja.

    En resumen, que ya nos es familiar ese poblado imaginario, con sus historias alternativas y personajes de la blogos. La idea ha sido muy muy original. Todo un gusto haberlas leído.

    Por cierto, dada la extensión de los relatos, ¿no te vendría mejor una plantilla de esas que admiten anchos de texto mucho más grandes?, igual esta pero modificando parámetros de anchura. Lo digo porque de lo contrario se hace muy vertical y se lee con más dificultad.

    Un besaaaaaazo!!!

    • nesa 8 febrero, 2014 at 20:34 #

      jajajaja pobre tapiz.
      Me alegra un montón que te gustara!!!
      Pues tienes razón con lo de la plantilla, ni se me había ocurrido!! Me lo anoto para hacer en los cambios que sí que es un poco difícil con tanto texto.
      Mil gracias a tí por leerlo, por estos comentarios tan geniales y por el consejo!!!
      Un besazoooooo!!!

      • Nesa 10 febrero, 2014 at 0:32 #

        ¡Que casi se me pasa! Tus aportaciones son mas!!!
        He estado editando las entradas para poner bien los enlaces y encontré un comentario tuyo en el que decias que todo era un sueño!
        Mas o menos por ahi han ido los tiros…. Cachis, me faltó meter a la maruja de barrio jajajaja
        ¡Besos!

  2. blue 8 febrero, 2014 at 20:42 #

    Vaya, estoy flipando, increíble. Y las aportaciones estan bastante bien ;).
    Felicidades!

    • nesa 8 febrero, 2014 at 20:50 #

      ¡Gracias Blue!
      ¡Me alegra mucho que te haya gustado!
      Sí, me lo han puesto fácil dándome ideas 🙂
      Mil gracias por leerlo y por comentar!!!
      Un beso.

  3. Mientrasleo 9 febrero, 2014 at 22:52 #

    Soy la pera, qué narices!
    Vamos, que lo has hecho tú que lo sea.
    Me lo he pasado pipa leyéndote a doble pestaña y comparando finales, que lo sepas!
    Besos

    • Nesa 10 febrero, 2014 at 0:24 #

      Jajaja lo eres, lo eres 😀
      Cómo me alegra que te haya gustado!!!
      Mil gracias por leer, por comentar y por las aportaciones 😉
      ¡Besos!

  4. sisi 21 febrero, 2014 at 22:55 #

    me ha gustadooo muchoooo tu historia, y mas este final! sorprendiendo como siempre! gracias por ponerle mi nombre a uno de tus personajes de nuevo, es un placer para mi!
    Besos!

    • Nesa 25 febrero, 2014 at 10:52 #

      ¡Me alegra mucho que te haya gustado, Sisi! Claro que tenías que estar jejeje
      Muchas gracias por tu comentario y por seguir la historia 🙂
      ¡Besos!

Deja un comentario

Powered by WordPress. Designed by WooThemes