Prólogo: La maldición del Verdugo. Las cinco condiciones

 

Una noche silenciosa, un pequeño pueblo, unos vecinos con muchos secretos.

Reyes apareció en el centro de un claro en mitad del bosque. Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad, pudo reconocer a las personas que la observaban al amparo de los primeros árboles. Vecinos, familia, amigos. La rodeaban, sin intención de acercarse. Una ligera brisa revolvió su pelo negro y le pareció escuchar una voz firme. Una orden susurrada. Al tiempo, las figuras semiocultas le dieron la espalda. Permanecían allí, pero se desentendían de lo que fuera a sucederle. Todas salvo una.

Adrián avanzó hasta detenerse frente a ella. Sus ojos azules la observaban con una expresión tan triste que Reyes fue incapaz de mediar palabra. De cerca, encontró en él algo extraño, diferente. El pelo más largo, las facciones más marcadas. Parecía mayor, más autoritario. Un líder.

La mano de Adrián ascendió para acariciar la mejilla de Reyes con los dedos. El viento susurró de nuevo y las figuras entre los árboles se movieron, pero para alejarse. Su marcha, o la expresión de derrota de Adrián, instaló en Reyes la certeza de correr un grave peligro.

—Tienes que ayudarme —suplicó perdida en los ojos claros del chico al que tanto quería.

—No, Reyes —dijo Adrián mientras su mano se deslizaba por su rostro hasta rodear su cuello—. Yo tengo que matarte.

 

CLAVE I

Todos son importantes, porque a las cinco condiciones afecta.

Los otros acechan, ávidos por alcanzarnos.

No se cuestionan las órdenes.

No se duda del líder.

No se juega con las normas.

De lo contrario, surgen las grietas.

 

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