7.1. Al final… ¿Fuiste tú?

 

Estimado visitante… ¡Para el carro!

Puede haber muchas variables que te hayan traído hasta este rincón. Tal vez vengas a leer esta parte  de la historia en concreto, quizá mi pacto secreto con Google te arrastrara hasta aquí o puede que te hayas acordado de esta página y decidieras volver.

Por lo que sea y por si no lo sabes, esta historia tiene un antes y tendrá un después. Si te apetece empezar por el principio o te has perdido alguna parte, aquí tienes los enlaces:

  1. El caso… ¿Has sido tú?
  2. La caída…¿Has sido tú?
  3. El aterrizaje… ¿Has sido tú?
  4. La biblioteca… ¿Has sido tú?
  5. El móvil… ¿Has sido tú?
  6. El final… ¿Has sido tú? (Final simple)

Busca entre los nombres, es muy probable que hayas tenido algo que ver.

Sobre todo, espero que te guste.

Un saludo y gracias por la visita.

 

candy crush

 

Esto… a riesgo de que me mandes a tomar viento (en el mejor de los casos), he dividido el final alternativo en dos partes porque me salía una entrada demasiado larga. Esta es la primera parte. Prometo que con la última se acabó. ¡Ahí va!…

¡Espera, espera!

A ver, que algunas cosas son muy parecidas… pero otras no. Ya lo verás 😉

 

7.1. Al final…

 

Ya que hemos retrocedido para ser testigos de la reunión clandestina, sigamos en el pasado un poco más. Digo yo que, por muy ruin que fuera el señor alcalde, se merece que revivamos su último día y así, de paso, sabemos qué fue lo que le pasó.

Totalmente ajeno al plan de Mientras Leo y compañía, el señor alcalde se despertó igual de satisfecho que cuando se fue a dormir. Motivos no le faltaban, había pasado de ser un Troll repudiado a dueño y señor del lugar. Para él, la suerte jugaba de su parte al fin.

Podía haberse confiado, disfrutar el momento y limitarse a ese objetivo que tanto ansiaba: ahora que tenía el control del pueblo, conseguiría el mundo en general. Pero claro, uno no llega a maligno siendo un descerebrado. El alcalde era listo, muy listo, y sabía lo sumamente peligrosa que podía ser su comunidad.

Por eso había convertido en humanos a todos y, también por eso, conservaba algunos hechizos que a él le pudieran interesar. Como ejemplo, aquellos que se limitaban a objetos inanimados: espadas que no derraman sangre, puertas de habitaciones secretas que solo se abren con un fuego especial y algunos de su propia cosecha como el que conjuró para su propia casa, y que impedía el paso a cualquiera que fuera a robar o a atacar.

En resumen: No se fiaba un pelo de nadie… y hacía bien.

Aún así, toda precaución era poca y el alcalde no trabajaba solo. Tenía bajo su mando a dos descarriados oportunistas que cambiaron de bando al persuasivo olor del poder. Estos eran, con diferencia, los más odiados por los vecinos. Todos podían justificar los actos del alcalde, era el maligno, no tenía mucha más opción. Sus dos esbirros, Ken y Clark*1, podían elegir y eligieron el mal.

Para ser sinceros, ni siquiera al alcalde le caían en gracia pero le convenía contar con ellos. Seis ojos ven mejor que dos y cubrirse las espaldas implicaba alianzas que de otra forma hubiera preferido no hacer.

Ken y Clark eran, en esencia, sus sabuesos. Muy apropiado teniendo en cuenta que se trataba de un Cancerbero y un Cambiaformas, respectivamente.

Ken el Cancerbero se había ganado la enemistad eterna de los habitantes de Adryana por su costumbre de atacar a los niños. Clark el Cambiaformas por su manía de robar identidades.

En cualquier caso pocas palabras se merecen estos dos. De no estar bajo la protección del alcalde no hubieran llegado hasta aquí. Con ella, resultaban igual de intocables.

Bien despierto y vestido con uno de sus trajes, el alcalde dejó su habitación para ir a desayunar. De camino al comedor principal su sonrisa se fue ensanchando. Cambiar la pequeña cueva maloliente por la mansión no era para menos. La única pega que podía ponerle a la casa era la decoración.

Mentalmente fue sustituyendo el estilo clásico y sencillo, las formas armónicas, la claridad que tanto le gustaba al bien. Allí faltaban rojos, oro, figuras más violentas y menos bucólicas. Tenía que ser avasallador, una muestra de fuerza y poder. El que entrara en su casa debía sentir miedo, no calidez, pero eso tendría que esperar.

No podía hacer su primera aparición pública con tanta fuerza. No le había dado resultado con la comunidad mágica, no cometería el mismo error con los humanos. Agradar primero, intimidar después. Metería sutiles muestras de grandiosidad e iría subiendo en consonancia.

Para empezar a cambiarlo todo, primero tenía que captar la atención. Había estudiado a los humanos y sabía que para ello era importante salir en la tele. Lo haría, a cualquier precio pero, por eso de empezar con buen pie, prefería no tener que usar cierta desaparición.

En cuanto llegó al comedor su ánimo decayó bastante. A la mesa se encontraban sus dos secuaces.

Tal vez tuvieran aspecto humano pero seguían comiendo como animales. No veía la hora de prescindir de ellos y no estarían a su lado cuando lograra atraer la atención.

Lo único agradable de la estancia era Canopus. Sin malos gestos distribuía alimentos y bebidas como un ama de llaves de verdad. Él sabía que le disgustaba profundamente la situación que vivía el pueblo pero nunca la había oído quejarse. En cierta forma admiraba la resignación del bien o, mejor dicho, la esperanza que tenía en que sus adeptos consiguieran un final feliz.

No tenía nada contra ella, era una simple cuestión de popularidad y de su sana costumbre de desconfiar. En teoría El bien debía mantenerse imparcial pero no terminaba de fiarse. De ahí el puesto. Al enemigo hay que tenerlo controlado.

Eran otros los enemigos que sí le preocupaban. Cada uno de los vecinos era un peligro que solo estaba esquivando por la ley de no poder matar al mal. Y debía mantener esta vigilancia, seguro que alguien encontraba algún vacío legal.

El timbre de la puerta sonó y Canopus fue a abrir. Al cabo de un momento, regresó.

—Es Meg. Trae la figura.

Sin darle demasiada importancia, el alcalde dispuso.

—Ken, Clark, id a por ella. Canopus, diles dónde colocarla. —Cualquier sitio era bueno pero decidió que ella lo eligiera. De vez en cuando le daba un poco de margen en agradecimiento a esa política de no entrometerse.

Los aludidos, con el desayuno a medio terminar, salieron tras el ama de llaves.

Sin sus molestos ayudantes a la mesa, el alcalde pudo disfrutar de un agradable desayuno. Tras este, regresó a la planta superior y fue hasta la biblioteca.

En ella, Canopus dirigía a Ken y Clark quienes, de forma torpe, intentaban encajar la elaborada figura sobre un pedestal que había en uno de los extremos de la sala.

—A ver si conseguís no romperla —dijo, sin quitarle la vista de encima a la obra de arte que, por fin, se quedó quieta en su sitio.

La observó detenidamente. Él no la hubiera colocado allí pero tampoco desentonaba con el resto de la decoración.

—Muy bien. Vosotros dos empezad a hacer la ronda. Canopus, si has terminado puedes subir el desayuno de nuestra invitada.

Canopus asintió y dejó la biblioteca. Ken y Clark se miraron durante un momento, antes de salir arrastrando los pies, muertos de curiosidad.

A excepción del alcalde, nadie sabía dónde estaba la elegida. Era algo que tomar en serio y, si no quieres que un secreto se sepa, no lo cuentes. Era probable que ninguno de los que compartía casa fuera a airearlo pero no iba a arriesgarse. Con saber que la retenía allí, en esa habitación, era suficiente y más de lo que a él le gustaría que supieran.

Cargada con una bandeja, Canopus volvió a la biblioteca, la dejó sobre la pequeña mesa redonda y se retiró.

A solas, el alcalde fue hasta el cofre que contenía la piedra. Siempre lo dejaba abierto a modo de burla. En realidad la única que entraba en esa sala era Canopus pero le gustaba saber que, de darse alguna visita, esta no la podría ni tocar. La única que sí podía era la elegida. Por fortuna, esta no tenía ni la más remota idea de por qué había sido secuestrada.

Con la más preciada joya mágica en la mano se aproximó a una de las paredes, cerca de la puerta. Sostuvo la piedra en alto unos segundos y cerró los ojos. Un brillante resplandor iluminó una zona concreta que se despegó de la pared formando una puerta.

Tras poner a buen recaudo la piedra, cogió la bandeja

—El desayuno Yaz. Y más te vale no intentar escapar otra vez.

Mientras Leo apenas había pegado ojo en toda la noche. Su plan dependía en gran parte del azar y este puede ser muy traicionero. Como muestra, la situación en la que se encontraban.  Tenían que conseguir tres cosas: matar al alcalde, esquivar a sus secuaces, liberar a la elegida y recuperar la piedra. El orden daba igual pero todo sería mucho más fácil si primero eliminaban al alcalde.

Se enfrentaban a un rival astuto y todo tenía que estar bien hilado. No tenían magia pero si un inmenso conocimiento, en gran parte sacado de los libros de diversos temas que ocupaban los estantes.

Mere se presentó a primera hora con una energía que no había mostrado la noche anterior. De hecho, estaba allí porque se había quedado dormida durante la exposición del plan. Mientras Leo confiaba en ella pero entendía que el Hada diurna lo captaría todo mucho mejor bajo la luz del sol.

—Tu parte consiste en alertar a todos. Avisa a Celi, a Lea, a Gabi, a Becky, a Isa, a Ana, a Carla y a Patri. Tras la señal,  deben retener al alcalde todo lo posible para que Sisi tenga tiempo. Con el plan B, ya sabes.

—Está hecho, avisados están y voy a por los que me faltan. Sobre el B…. preferimos no pensar —aseguró Mere.

Mientras Leo la entendía perfectamente, el plan B suponía un riesgo mayor. Por suerte, cada uno de los habitantes de aquel pueblo haría cualquier cosa por recuperar su mundo. Tanto daban las diferencias que pudieran tener. Ante una causa común, eran uno solo.

En cuanto Mere se fue, incapaz de estarse quieta, caminó de un lado a otro por los pasillos. Tras unos minutos, escuchó justo lo que quería oír.

—¡La tenemos! —exclamó Pablo desde la trastienda de la biblioteca.

A Mientras Leo le faltó tiempo para ir a reunirse con el Dragón.

Al menos una parte de su plan había salido bien. La cámara que habían colocado en la figura de Meg era el único modo de saber dónde ocultaban a la elegida. Dependían de Canopus, de que pudiera situarla en el lugar adecuado sin ver comprometida su posición.

Casi pegada a la pantalla del ordenador, Mientras Leo llegó justo en el momento en el que el alcalde cerraba la puerta.

—Vaya, buen escondite —le reconoció—. Rebobina, tenemos que saber cómo se abre.

Pablo no necesitaba rebobinar pero lo hizo.

—Me temo que está hechizada, a ti te lo voy a contar… y tiene que ver con la piedra.

Mientras Leo prestó toda su atención a las imágenes en las que el resplandor abría la puerta.

—Un hechizo de fuego de Alejandría*2

Pablo habló sin mucho entusiasmo.

—O lo que es lo mismo: magia.

Mientras Leo siguió observando la pantalla. Conocer el hechizo en concreto le daba cierta ventaja y, tras meditarlo, encontró la solución.

—Con un determinado fuego bastará y sé muy bien cómo podemos colarlo en la habitación. Necesitamos a Valaf.

Tras devolver a Yaz a la habitación secreta, el alcalde salió de la estancia silbando, directo a la cocina para informar a Canopus.

—Estimada antagonista, puede pasar a recoger la loza cuando le venga bien.

Canopus resopló con impaciencia.

—En seguida iré.

El alcalde iba a salir por la puerta cuando el teléfono sonó. Porque le cogía de camino, contestó a la llamada.

—Ah… hola señor alcalde… yo… soy Loida… Puedo entregarle las espadas hoy.

La noticia fue bien recibida.

—No sabe cuánto me alegra oír eso. Las estaré esperando impaciente.

Divertido y muy animado, con la cabeza a rebosar de formas de anunciar la colección y asegurarse de que la prensa le hiciera caso, el alcalde salió a la calle para pasear por su pueblo.

Como cada día, fue comercio por comercio. Debía recordarles quién mandaba allí y, de paso, investigar acerca del paradero del oro de los enanos que le vendría muy bien y no creía desaparecido en absoluto.

El dinero era importante y un modo  más efectivo de ascender en el mundo normal. No había dejado de buscarlo pero o bien se resistía o era verdad que no quedaba rastro de él.

Una vez hecha la primera parte de la ronda, se tomó un descanso para el café.

Con confianza y seguridad entró en la taberna, se acomodó en la barra y le pidió a Mari lo de siempre. No había rastro de Valaf.

Este simple detalle lo incomodó, activó su suspicacia y mandó al traste gran parte de su buen humor. Innumerables pretextos podrían justificar que el tabernero no se encontrara en su negocio pero su olfato le decía otra cosa. Estaba seguro, segurísimo, de que el complot que se temía iba a empezar.

Valaf se reunió con Mientras Leo en la biblioteca y sacó el libro que llevaba oculto bajo el abrigo. Con sumo cuidado, lo dejó sobre el mostrador principal.

—Aquí tiene su pedido, bien cargado y ligeramente agitado. Un coctel infalible. Una chispa… y tremenda antorcha —explicó de lo más animado, gesticulando con las manos para darle teatralidad.

—Pues mejor lo envolvemos no vaya a ser —dijo Mientras Leo. Tras un rápido vistazo por los cajones, encontró la sobrecubierta que ella misma había preparado. Al contrario que el libro en sí, altamente inflamable, esta era prácticamente ignifuga. El libro aún tenía un recorrido que hacer y toda precaución era poca.

Blacquier entró en ese momento. Se acercó al mostrador y sonrió ante el título del libro.

—Que sutil —comentó.

—De otra forma ni miraría para él. ¿Cómo vas con tu parte? —le preguntó Mientras Leo.

Blacquier se entretuvo curioseando entre los libros más próximos.

—Tengo a medio pueblo muerto de miedo pero, si Blue y Sisi hacen bien su parte, entraremos en la mansión y Canopus no sabrá nada de lo que pase allí.

Valaf meneó la cabeza. La Arpía era de lo más singular. El único motivo por el que ella era mejor que el alcalde se reducía a que no tenía la menor intención de dominar el mundo. Con hacerle la puñeta a unos cuantos ya era feliz.

A Mientras Leo le pareció bien.

—En cuanto Loida me traiga el cartel ya estará todo listo. Después, solo nos quedará cruzar los dedos y esperar.

En la calle, al amparo de uno de los soportales, estaba Blue. La bruja sabía que iba a jugársela, el alcalde desconfiaba de ella más que de otras. Si quería robarle el reloj iba a tener que acercarse tanto que, de un modo u otro, se cruzarían.

Lo último que quería era vérselas con él frente a frente. La había amenazado una vez. Si volvía a decir algo en su contra lo pagaría… y no solo había dicho muchas cosas, sino que iba a hacer muchas más.

De ahí que su tarea fuera solo quitarle el objeto para pasárselo en seguida a Sisi. De la Ninfa no desconfiaba, la creía demasiado asustadiza… o sensata. Menuda sorpresa se iba a llevar.

Lo importante era que no la pillara a ella acercándose. De verla venir, el alcalde extremaría precauciones y le sería imposible hacer su parte del plan.

En cuanto el alcalde salió de la taberna, lo encontró un poco ensimismado. Tenía esa expresión de sospecha sin confirmar. Blue supo que esa era su oportunidad.

Hizo las señas que avisaban a los demás y se aseguró de que al menos Sisi las recibiera. La vio palidecer. Si, lo había captado a la percepción.

Ahora, dependía de ellas dos.

Sisi tenía el corazón a un paso de salírsele del pecho. De ser descubiertas, el alcalde las haría picadillo. Centrada en su respiración, se repitió los puntos fuertes que tenía el inusual equipo. Confiaba en Blue, era buena, y ella también lo era. Solo tenía que mezclarse con los demás y llegar hasta la parte trasera de la casa. Allí estaría Blacquier. Se le ocurrían infinidad de lugares mejores que al lado de la Arpía pero tampoco ponía en duda su capacidad y, si algo salía mal, prefería tenerla cerca.

Vio como Blue se acercaba al hombre. Sigilosa como un gato, efectiva como un depredador. Estaba allí, al lado del alcalde, pero este no se dio cuenta. Sisi la vio moverse con tanta normalidad que, de no conocer sus intenciones, no hubiera tenido la menor sospecha.

Era su turno. Un visto y no visto. Justo cuando el alcalde reparó en Blue, Sisi cogía al vuelo el reloj que esta le había quitado.

La Ninfa se ordenó no echar a correr, caminó entre sus vecinos con toda la normalidad que le fue posible pero estaba preocupada por la bruja. Giró el rostro para asegurarse de que estaba bien… y se dio de bruces con Clark.

—Mira por dónde andas, Ninfa —le gruñó el Cancerbero.

Con un susurro a modo de disculpa, Sisi esquivó al hombre y siguió el plan más asustada si cabe. Esperaba que en cualquier momento Clark, o Ken le cortaran el paso, o la descubrieran. Antes de quedar oculta por la mansión, miró hacia atrás para ver cómo le iba a Blue.

El alcalde la había descubierto. No sabía qué le estaba diciendo pero por la cara de Blue no era agradable. Tenía que darse prisa. El plan no podía fallar o todos lo pagarían caro.

Casi se pone a llorar de puro alivio al llegar a la parte trasera de la casa y ver allí a Blacquier.

—¿Lo tienes? —preguntó la Arpía, sin hacer el menor caso a los signos de angustia de Sisi.

La Ninfa asintió.

—Bien podría haber mangado de paso la llave de repuesto —refunfuñó mirando la puerta sin saber bien cómo le sería más fácil abrirla.

Sisi contempló la puerta. Dio por sentado que Blacquier forzaría la cerradura con algo, lo que no esperaba era que la Arpía diera un paso atrás para darle una patada que reventó el cierre.

—Puerta abierta.

Como era de esperar, Canopus acudió inmediatamente y miró a Blacquier como si se hubiera vuelto loca.

—¡Cuanto lo siento! —mintió Blacquier.

El ama de llaves tuvo que echarse a un lado para evitar que la Arpía se la llevara por delante al entrar en la casa. Su sorpresa fue en aumento al ver que tras ella iba Sisi.

—¿Pero qué…?

Blacquier le pasó el brazo por los hombros y prácticamente la arrastró en dirección opuesta a la Ninfa.

—No te hagas la tonta que sabes perfectamente de qué va esto —respondió la Arpía—. Ahora, tú y yo vamos a tener una pequeña charla para ir conociéndonos mejor. Sisi terminará en seguida, ¿verdad?.

Sisi ya estaba subiendo por las escaleras. Ante el silencio, Blacquier hizo un gesto de aceptación.

—Sí, será un momentito.

Sisi subió los escalones de tres en tres, como si quisiera escapar de esa sensación desagradable que le provocaba el estar allí. Sin detenerse, entró en la biblioteca. Debía abrir la ventana, colocar el reloj cerca de esta, en uno de los estantes que no estuviera demasiado elevado para no arriesgarse a que no lo vieran. Después, desenganchar uno de los escalones y procurar que no se notase.

Tuvo la impresión de que tardaba una eternidad.

En cuanto lo preparó todo, salió con la misma rapidez con la que había entrado. Al llegar al recibidor, avisó a Blacquier.

—¡Hecho! —exclamó, deseando dejar la casa del alcalde no fuera a adelantarse. Notó un pinchazo en la pierna pero no le dio importancia. Habría tropezado con algo. Solo tenía cabeza para dejar el lugar cuanto antes.

En una sala próxima, apoyada contra uno de los muebles en los que se guardaba la cristalería, la Arpía farfulló algo inteligible y guardó su móvil. Quién le iba a decir que tenía algo en común con el bien.

—Aún no he pasado el maldito nivel.

Canopus se rió por lo bajo.

—Pues yo ya llevo dos.

Blacquier dejó la sala refunfuñando.

—Esto no acaba aquí.

Tras el encontronazo con Blue, el alcalde estuvo tentado a volver antes a casa. De no ser porque el último establecimiento era de los que había que tener bien controlados, lo habría hecho.

Como detestaba a esa bruja. Nunca sabía por dónde iba a salir y no acataba órdenes. Cosas como esas eran las que compartían aquellos que él tenía en el punto de mira. Si solo fuera uno, podría aguantarlo. El número era mayor, prácticamente todos eran así, y eso solo lo cabreaba aún más.

Debía mantener la cabeza fría y anticiparse a lo que fuera que tramaran contra él. La sospecha iba tomando cuerpo. Blue había hecho algo, seguro. Ahora iba a la biblioteca, necesitaba todos y cada uno de sus sentidos al cien por cien.

Nada mas acercarse, el contenido del escaparate duplicó su mal humor. La bibliotecaria estaba en cabeza en la lista de los que le preocupaban.

Entró y fue directo al mostrador. Tras él, Mientras Leo desempaquetaba con sumo cuidado un cartel de unos cursos de escritura.

—Creí haberle dejado claro qué tipo de libros quería en un primer plano.

Muy tranquila, Mientras Leo continuó a lo suyo.

—Algo dijo, sí.

El alcalde tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no arremeter contra nada.

—Tiene hasta esta tarde. Volveré y como ese escaparate no tenga lo que yo le he dicho, cerraré este lugar.

Sin inmutarse, Mientras Leo apoyó el cartel contra el mostrador y, por fin, miró hacia el alcalde.

—Haga usted lo que le venga en gana. ¿No es lo qué acostumbra a hacer?. —Dicho esto, colocó el libro que le había dejado Valaf junto con un par más sobre el mostrador, como si fuera a clasificarlos.

—Eso es justo lo que haré —aseguró el alcalde, observando los libros.

Por el título, por la portada o por lo inusual de una antología de autores sin apellidos, cayó en la trampa.

—¿Qué es esto? —preguntó al tiempo que cogía el ejemplar. Al tenerlo más cerca, arrugó la nariz—. ¿A qué huele?.

Mientras Leo se encogió de hombros.

—Ni idea, acaba de llegar. Es una editorial nueva. Del olor… yo no noto nada.

El alcalde hojeó la antología sin mostrar demasiado interés.

—Ya conoce las normas —le dijo Mientras Leo—. Tengo que clasificarlo. Cuando venga por la tarde a cerrar la biblioteca se lo puede llevar.

Con una sonrisa socarrona, el alcalde agitó el libro.

—Ya conoce usted las normas: puedo hacer lo que quiera, así que me lo llevo.

—¡No puede hacer eso! —protestó Mientras Leo.

Libro en mano, riéndose, el alcalde le dio la espalda.

—Ya lo creo que sí.

Con la satisfacción de amargarle el día a la bibliotecaria, el alcalde regresó a la calle.

A él no lo engañaba. De cerrar la biblioteca Mientras Leo lo iba a pasar realmente mal. Definitivamente lo haría, al menos unos días. A ver si así quedaba claro quién mandaba allí.

Por casualidad, o por instinto, sus ojos fueron hasta la fachada de su casa. Ver abierta la ventana de la biblioteca le recordó ese complot que tanto se temía. Ahora lo tenía claro, era inminente.

Ken y Clark no tardaron en hacerle compañía. Un día normal se libraría de ellos con cualquier pretexto, iría a comer y después disfrutaría de una larga siesta… pero esa ventana abierta…

—Tenemos que ir a casa —les ordenó.

Nada mas atravesar el umbral de su mansión, el alcalde llamó a Canopus. Ella no podía mentirle,  si acaso omitir la verdad. Solo tenía que hacer las preguntas adecuadas y la obligaría a hablar.

El ama de llaves acudió sin reflejar lo más mínimo.

—¿Has abierto tú la ventana de la biblioteca?

—No —respondió con indiferencia.

—¿Ha entrado alguien en la casa?

—Evidentemente —confirmó Canopus.

El alcalde fue hacía ella con expresión amenazante y se detuvo tan cerca que sus narices casi se rozaban.

—¿Quién?

Como era lo propio, Canopus fue sincera.

Blacquier y Sisi.

El último nombre dejó al alcalde desconcertado pero se recuperó pronto. Al parecer ya no se podía fiar ni de las pacíficas Ninfas.

—¿Qué fue lo que hicieron?

Canopus se encogió de hombros.

—Tengo mis sospechas pero compartirlas sería intervenir. Solo puedo decirte que Sisi fue la que se movió por la casa mientras Blacquier y yo jugábamos al Candy Crush.

Si no fuera porque la misma ley que lo protegía a él la protegía a ella, Canopus hubiera muerto diez veces en dos segundos. Ponerle una mano encima suponía perder todo lo que era y todo lo que tenía. Lo mejor que podía hacer era marcharse y eso hizo, sin dejar de soltar maldiciones hasta que llegó a la biblioteca.

Ken y Clark estuvieron tentados a no seguir a su jefe por la parte que les pudiera tocar pero, sin muchas opciones, terminaron dando zancadas tras él, con especial empeño por no llamar su atención.

Antes de entrar en la biblioteca, el alcalde hizo un barrido general. Todo parecía estar en su sitio… salvo la escalera metálica. Juraría que no la había dejado dónde estaba…

No tardó en ver el reloj y gruñó un nombre que Ken y Clark reconocieron a la perfección.

Blue.

Debería haber supuesto algo así, estar prevenido y por mucho que le costara reconocerlo no había notado absolutamente nada. La bruja se la había jugado delante de sus narices. Iba a pagarlas todas juntas. Tuvo que hacer un nuevo esfuerzo por no estallar. Lo más importante en ese momento era encontrar la trampa.

Tenía que estar relacionada con la escalera, el reloj y la ventana abierta. Precia tan evidente… no podía ser. Observó a sus sicarios. Si estaba en lo cierto, era un momento tan bueno como cualquier otro para librarse de uno de los dos.

—Ken, ve a por ese reloj —gruñó y señaló la estantería con el dedo.

Sin rechistar, el Cancerbero movió la escalera hasta colocarla bajo el reloj y comenzó a subir.

Confirmando las sospechas del alcalde, uno de los peldaños se desencajó y, pese a los numerosos aspavientos, Ken cayó por la ventana.

En la calle, no se hizo esperar la impresión de los vecinos que estaban por allí.

—¡¡Bieeennnn!!

Incrédulo, incapaz de asimilar semejante motín, el alcalde decidió acercarse a la ventana con sumo cuidado por si la Ninfa había dejado otro regalo para él.

Cuando consiguió asomarse, le sorprendió ver el carro con las espadas que había encargado… y que no estaban ahí al llegar. Volviendo la escena más desconcertante, la multitud que empezaba a congregarse ante su casa reflejaba gestos de incredulidad e impresión.

No se creía esa fachada, ninguno de sus vecinos estaba afectado supieran que era Ken o creyesen que era él. ¿Pero qué se creían? O le ponía freno o se vería ante un verdadero complot. No habían tenido éxito esta vez pero nada indicaba que fallaran para la siguiente.

—Clark, ven conmigo.

Clark tardó en reaccionar. Él no había previsto nada y el accidente de su colega lo había dejado perplejo.

—¡Clark! —gritó el alcalde para que reaccionara.

Con un salto, incapaz de pensar, Clark echó a correr para reunirse con su jefe. Lo alcanzó a tiempo de ver cómo abría la puerta principal, a punto de desencajarla, y se dirigía a la gente que se reunía allí como si quisiera hacerlos pedazos.

Más furioso que nunca, el alcalde logró echarle el guante a uno de los vecinos peligrosos antes de que se escabullera entre los demás.

—¡Tú! —Le gritó a Mere, sujetándola por los hombros con tanta fuerza que se oyeron varios chasquidos de las articulaciones—. O me dices lo que está pasando aquí o vas a acompañar a Ken.

—¡Yo no sé nada! —exclamó Mere.

—¡Mientes!

Aturdida por el dolor y el miedo, Mere rompió a llorar.

—Está bien… fue idea de Mientras Leo, ella lo organizó todo. No quiere que usted encuentre el oro.

El alcalde apretó con más fuerza, rabioso. Mientras Leo, pues claro, debería haberlo supuesto.

—¡Dime dónde está ese oro!

Mere estaba a un paso de desmayarse.

—En la taberna, ¡en la bodega de la taberna!

De forma brusca, el alcalde soltó a Mere que cayó al suelo, incapaz de sostenerse. Olvidándose del Hada diurna, se dirigió a Clark.

—Tú encárgate de Mientras Leo. Yo me ocuparé de Valaf.

 

 

 

 

  1. A ver, no son los nombres más originales del mundo, pero no iba a poner los vuestros. Estos son malos de los que no hacen ninguna gracia y ya estoy tentando a la suerte…
  2. Aportación de Valaf.

 

Nota: Me he agenciado vuestros nombres, si, os avisé. La mayoría son de los que comentáis o habéis comentado varias veces, también estarán en ella blogueros a los que yo sigo y algunos de los que le habéis dado al “me gusta” en facebook. Desconocido, Misterioso, Discreto, y demás corresponden a los que no he podido meter o no conozco. La historia se divide en varias partes que iré subiendo a los pocos y terminará antes de fin de año. Con esto resuelvo un caso y la felicitación navideña del blog… que me he quedado sin postales ;)

En cualquier caso, espero que os guste.

 

 

¿No has sido tú?… No sé yo. Esto continúa en:

7.2. Al final… ¿Fuiste tú?

 

 

 

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8 Responses to 7.1. Al final… ¿Fuiste tú?

  1. Valaf el ¿¿¿ ??? 24 enero, 2014 at 20:46 #

    jeje…DEJO CONSTANCIA Y ACUSE DE RECIBO STOP

    ME DOY CUENTA DE QUE HAY FINAL NUEVO STOP

    PERO AHORA VOY A CERRAR ESTO QUE BAÑAMOS A LA NIÑA STOP

    MAÑANA POR LA MAÑANA VENGO Y LEO EL CAMBIAZO AL FINAL, jajajajaja, AH, STOP

    UN BESAZO, STOP

    MAÑANA TE LEO, STOP

    STOP

    • nesa 26 enero, 2014 at 23:05 #

      jajaja, Valaf, me ha encantado tu telegrama 🙂

  2. Mientrasleo 24 enero, 2014 at 23:32 #

    Huy, por algo Mere se va a París!!! porque se ha chivado y me tiene miedo!!!
    A ver ahora que pasa, pero el alcalde… no diré lo que merece porque una es una bruja buena… o algo así
    Besos

    • nesa 26 enero, 2014 at 23:06 #

      jajaja chica lista, como para no tenerte miedo 😛
      Algo así, algo así jejeje
      Besos y muchas gracias por pasarte!!

  3. Valaf el Magnífico... 25 enero, 2014 at 11:55 #

    jeje, eso, eso…QUE VENGA A POR MI, jeje…

    En los rincones secretos de la taberna
    se oculta una puerta hacia otro mundo
    ¡que venga!, y me lo cargo en un segundo
    ¡Aquí lo espero!, silbando y con linterna

    No sé cómo acabará la cosa
    si será la librera, la arpía o la ninfa
    lo cierto es que parece de las que se infla
    ¡O yo mismo!, que soy listo y un poco masoca

    Y de nuevo nos tiene usted en ascuas
    a fe que aligual pone al pueblo en órbita
    no sin antes exclamar un gracioso…¡cáspita!
    y quedarse más ancha que unas santas pascuas

    Espero de vos la entrega siguiente
    aunque, sospechar, sospeche cosa fina
    de la bruja librera alejandrina
    ¡quién sabe!, aligual es del todo diferente

    jajajajajaja…

    Un beeeeeeeeeeesazo!!!!!

    • nesa 26 enero, 2014 at 23:08 #

      ¡¡Hala!! Oye, menudo comentario más chulo!!!
      jajaja yo es que ya no me fío ni de uno ni de otro. Que menudo par… y la ninfa, otro tanto 🙂
      Lo de la puerta secreta de la taberna… no sabía yo eso… pensando pensando…
      Un besazo enorme y muchas gracias por pasarte!!!

  4. Mere 26 enero, 2014 at 9:59 #

    Bueno, parece que me he ido de la lengua… Ejem, al menos sigo viva que es lo que importa. El desmayo, muy Austen… me encanta 😀
    Un desenlace inteligente y currado, Nesa. El personaje del ama de llaves, Canopus, he de decir que me encanta. Tan discreta, ella. Yo me escapo a París pero al Alcalde, podríamos mandarlo… Que tal ¿a Tegucigalpa?

    Felicidades, Nesa. La tensión está en el aire, se siente. Y también la guasa 😉 BRILLANTE. Un beso

    • nesa 26 enero, 2014 at 23:11 #

      jajaja, sí, muy Austen 🙂
      Me alegra que te guste Canopus, a ella le va a alegrar más, seguro jejeje
      Me parece un buen destino para el alcalde, interesante… voy a ver qué me dicen en correos y si no sale muy caro lo facturo 😛
      En serio, que bien que te guste y mil gracias… por partida doble 😉
      Un beso

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