La cacería de las Sombras: Capítulo 1

 

El pequeño de diez años jugaba en el suelo con un par de muñecos, mientras un adinerado matrimonio y la asistenta social lo observaban desde la entrada de la amplia sala.

—Fue un verdadero milagro que no le quedara ninguna cicatriz —aseguraba la asistenta social con su mejor tono dramático. Era un niño especial, adorable, pero tenía ciertas rarezas que hasta los otros huérfanos notaban—. Su madre perdió la cabeza, intentó quemarlo vivo.

Eva se estremeció y agradeció que su marido la abrazara. Tenían dinero, tenían una buena posición, pero no podían tener hijos.

—¿Cómo una madre haría algo así? —preguntó incrédula.

—Era una enferma mental con un cuadro agudo de alcoholismo —respondió la asistenta—. Aseguraba que estaba poseído, que veía muertos, que aparecía y desaparecía en un parpadeo, que podía escucharla desde el otro extremo de la calle, que tenía visiones… infinidad de locuras y acabó mal. Podría tener una oportunidad si ustedes se hacen cargo de él —dijo, manipulándolos con maestría. Los chicos de madres taradas eran los más rechazados pero Cameron, con su pelo rubio brillante y sus expresivos ojos verdes conquistaba sin esfuerzo.

Atento a la conversación, fingiendo jugar despreocupado y dándoles la espalda, Cameron se esforzó por mantener esa fachada cuando una niña pequeña apareció ante él. Llevaba un uniforme escolar y una melena sedosa bien peinada. Aunque su rostro estuviera blanco y el tono de sus labios fuera un tanto apagado, sus ojos castaños brillaban de pesar. Por el buen aspecto, Cameron supo que no debía llevar muerta ni un día.

Trató de ignorarla. Había entendido que, con gente delante, no podría dejar ver sus peculiaridades o los asustaría, pero la niña no tenía la menor intención de irse.

—Una vez allí pregunté por ella y no me gustó lo que dijeron. Sé lo que eres, sé lo que puedes hacer. Ayúdame a salvarla y te ayudaré a salvar al resto —pidió aquella niña con una voz suave.

Cameron detuvo su juego cuando su mente se colapsó con una visión en la que, al girar en una calle, se encontraba con un adolescente cuyos ojos azul claro brillaron al reconocerlo.

—Ese es uno de ellos, con él empezará —aseguró la niña.

Cameron notó como el matrimonio y la asistenta se acercaban a él y se afanó en disimular. Tendría que decirle a aquel fantasma que no podía estar allí, que ya no era su lugar y que lo que se averigua una vez muerto no se puede difundir o todo va a peor.

—No te revelaré más que lo justo para cambiar el final —dijo la niña adivinando sus pensamientos—. Solo tú reúnes las condiciones… y me vas a ayudar —sentenció antes de desaparecer.

Cameron se concentró en respirar. El pánico sentido ante aquella última frase había hecho tambalear su autocontrol y en el reflejo de la armadura de su muñeco pudo ver como la mitad de su rostro se retorcía por las cicatrices del fuego.

—Cameron —lo llamó la asistenta.

—¿Cameron? —pronunció Eva deseosa de que, al tenerlo cerca y al mirarlo a los ojos, sintiera aquel amor maternal del que tanto había oído hablar.

Cameron se esforzó por ocultar sus marcas movido por el timbre dulce y esperanzado de aquella femenina voz. Quería una vida normal, quería una familia que le quisiera, y no dejaría pasar la oportunidad.

 

VEINTE AÑOS DESPUÉS

 

Rodeada por los libros de texto de sus clases, Isabel escribía nombres en el ordenador portátil, encerrada en la habitación de su casa. No había otra alternativa y, aunque resultase duro, aquello era lo que debía hacerse.

En apariencia, solo era una maestra corriente. En realidad, llevaba toda su vida sabiendo cosas que la mayoría tildarían de imposible, como la existencia de ciertas criaturas llamadas Sombras.

Desde tiempos remotos, el legado de su familia estaba ligado a la existencia de las profecías y, aunque ellos no tenían más armas que sus conocimientos, a menudo no se necesita otra cosa para  hacer frente a los peligros.

El documento que tecleaba con urgencia recogía los nombres de los que, teniendo una apariencia corriente, escondían habilidades fuera de lo común y unas capacidades en absoluto humanas.

Su intención era hacerle llegar la lista a los únicos que podrían detenerlos: los Cazadores. Un grupo de personas que se encargaban de acabar con aquellos que se  salían de lo común. Una vez se entraba en aquel mundo, solo había dos bandos. O las Sombras o los Cazadores. Había estado con las Sombras y desgraciadamente, como humana entendía que lo conveniente eran los cazadores.

—Una bonita lista —comentó una voz a su espalda.

Asustada, Isabel se volvió hacia el hombre de treinta años que había aparecido de la nada, sobrecogiéndose al reparar en las quemaduras que cubrían la mitad de su rostro. No estaban ahí la última vez que se vieron y eso que parecían antiguas.

Cameron sonrió.

—Nadie dijo que el trabajo fuera fácil aunque eso ya lo sabes. Exige ciertos sacrificios, un mal menor.

Isabel se rió de sí misma en cuanto se recuperó del susto. Sabía que estaba ante una Sombra, pero aquel hombre tenía una responsabilidad mucho más allá de su condición y jamás le haría daño. De un modo extraño, ambos tenían un cometido similar.

—Yo también hice sacrificios, yo también perdí mi vida… y no sirvió de nada—dijo Isabel.

Cameron no ocultó que estaba en desacuerdo.

—Y por eso pretendes cortar de raíz. Sabes que eso solo lo pospondrá.

— Es aquí y es una Sombra —pronunció Isabel decidida.

Cameron asintió.

—Cierto. Tanto como que yo estoy en el juego y tú ya no.

Isabel no quería escucharlo.

—Es la última oportunidad, no hay margen de error. No arriesgaré el mundo porque me haya pasado el turno. Tú no tienes ni idea de lo que sucederá.

—Sí lo sé. Me fue revelado como se te reveló a ti, pero yo sé más porque me ayuda la niña que tú fuiste incapaz de salvar —compartió con regocijo al ver como su conocida palidecía.

La voz de Isabel apenas resultó audible—. Eso es imposible.

Cameron negó con la cabeza.

—Ella tampoco ha asumido que su papel terminó, aunque, en su caso, me alegra.

—No funciona así, no puede ser —negó Isabel decidida—. El alma de esa niña no puede ayudarte. ¡Él se la quedó!

Cameron la observó malicioso—. Él también comete errores, como tú. Esas Sombras a las que piensas señalar son mi otra ayuda. No dejaré que los vendas a los cazadores.

Isabel entendió el mensaje.

—¡Se lo has dicho!, ¡por eso sospechan de mí!. Veo en sus ojos el recelo… ¡me has vendido a mí!

—Tú sola te has condenado, y bueno, dado que estás tan deseosa de implicarte en la causa, he decidido que sirvas bien. No tienes un lugar aquí. Me encargaré de que tu puesto sea ocupado por alguien que sí será de utilidad —le dijo Cameron antes de desaparecer.

La sala de visitas de la prisión femenina de Doran estaba amueblada con doce mesas dispuestas en hileras, tan ordenadas como el resto de las instalaciones. Después de año y medio, a sus veintinueve años, Cayetana Santana ya estaba hecha a la sensación de vigilancia y a la escasa intimidad. Su abogado y amigo, Simón Larren, la esperaba con una sonrisa comedida en una de las mesas más alejadas de los curiosos guardias.

—Hola Caye —la saludó cuando se sentó frente a él.

—Simón.

El joven le entregó una carpeta y le dio unos segundos para que ojeara el contenido.

—Deberías estar dando saltos de alegría —comentó algo desconcertado por el ceño fruncido que mostraba —, en dos días estarás fuera.

Caye suspiró y lo miró mostrando el aprecio que le tenía.

—Estoy contenta, preocupada, pero contenta.

—¿Has recibido otra carta? —preguntó Simón inquieto.

Caye asintió dejando a un lado los papeles.

—Esta mañana. Ellos también están encantados de que salga.

Simón meneó la cabeza.

—Ni se te ocurra.

Los ojos de Cayetana, oscuros y almendrados, se entornaron.

—¿Crees que soy imbécil?

—. La gente cambia al pasar por la cárcel.

Entendiendo a qué se refería y sin ganas de hablar de ese tema, Caye volvió a tomar la carpeta.

—He tenido mucha suerte. Bueno, así que esto es lo mejor que puedes ofrecerme: una asignatura optativa —se lamentó fijándose en la solicitud laboral. Dos carreras universitarias y eso era lo que lograba.

—No es lo mejor, es lo único. Has matado a una persona ¿Qué demonios esperabas?

Caye se revolvió incómoda.

—Solo media persona —puntualizó bajando la voz.

Simón desvió la mirada—. Al menos has tenido la sensatez de no querer aclarárselo al tribunal.

—No soy idiota Simón, de haberlo hecho estaría en un psiquiátrico, pero sé perfectamente lo que vi.

—Lo sé —dijo Simón—, pero recuerda esa “mitad” la próxima vez que intentes ir de salvadora.

—No habrá próxima vez —aseguró Caye rotunda—. Este pueblo parece estar lo bastante lejos.

Simón ordenó sus pensamientos, no sabía cómo explicarle las cosas sin resultar catastrófico.

Caye intuyó que algo iba mal.

— ¿Qué pasa?.

—Está bien, Caye —comenzó a decir armándose de valor—. Como abogado te aconsejo que cojas ese trabajo, es un motivo para dejar esta ciudad y el país. La única posibilidad.

—Pero… —se aventuró a añadir la joven mirándolo con suspicacia.

—Como amigo mi consejo es que te largues lo antes que puedas de allí… y de cualquier otro sitio. Es un lugar tranquilo y ya hay gente que se encarga ¿vale? Pero tienes un expediente a tus espaldas que cualquiera sabrá interpretar y tanto un bando como otro puede dar contigo.

Abatida, Cayetana se pasó las manos por el rostro antes de intentar bromea.

—¿No puedes hacer que me tengan encerrada más tiempo? —preguntó tratando de quitarle hierro al asunto.

Simón la miró con dureza por la falta de seriedad.

—No, fuiste demasiado buena actuando y el homicidio involuntario es así —respondió. No tenía ni idea de en lo que podía convertirse su vida si daba un paso en falso—. Tus chicas tendrán que buscarse otra maestra —añadió suavizando el tono, recordándose que era lo bastante inteligente como para no jugársela. Debía confiar en ella.

Una tenue sonrisa iluminó el rostro de Cayetana.

—Parece increíble —murmuró melancólica—. Cuando entré aquí estaba aterrada y ahora me da más miedo lo que pueda encontrarme fuera.

Simón sabía a qué se refería y, la verdad, su amiga se había tomado bastante bien descubrir que en este mundo hay personas no tan normales como era de esperar.

—Por suerte o por desgracia eres una de las pocas personas que saben que nada es lo que parece.

—Por desgracia Simón, preferiría seguir viviendo en la ignorancia —dijo sorprendiéndose de sus propias palabras. No era necesario insistir en la importancia de guardar silencio, ella sola lo haría aunque no se lo pidieran.

Simón suspiró.

—Lo siento. —No merecía verse envuelta en todo eso, ella no.

Caye prefirió no seguir por ahí.

—Espero que al menos me hayas preparado un buen viaje.

Agradeciendo el cambio, Simón se permitió bromear.

—Sí, aterrizaré el jet privado en el patio de reclusas. Un billete de turista y un coche de segunda mano en el aeropuerto.

—Que caro te vendes —cuchicheó con falsa molestia, antes de coger aire—. Está bien. Cuéntame cómo va a ser mi “etapa de reinserción”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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