La guardiana: Capítulo 1

Imagen: Chateau de Pesteil

 

PRÓLOGO

El infierno es un páramo helado, un bosque frondoso, un desierto de arena y también de rocas. Hay montañas, océanos y mares. Y, por supuesto, fuego. En la región de los volcanes, los ríos ígneos quiebran la piedra y cualquier cosa que ose tocar sus ardientes aguas. Es, en resumen, un lugar precioso, en el que acaban los seres más viles, para sufrir los castigos más duros.

En una inmensa selva vivo yo, con mis enemigos. Muchos los conocí en vida, otros tantos los he hecho por el camino. Desde mi llegada, me he recorrido cada paraje buscando una salida, sin éxito. Debo asumir como cierto que el único modo de huir es que alguien entre a sacarte. Solo hay un ser con tanto poder como para escuchar mi petición, y para pasearse por el infierno sin correr riesgos. Lo he llamado, claro. Ahora, solo espero que se digne a hacerme caso. Mientras, corro para dejar atrás a mis perseguidores.

De un salto, logré pasar sobre el enorme tocón que apareció de pronto en mí camino. Me costó volver a zigzaguear entre los frondosos árboles, o esquivar las malditas plantas, pero las flechas que silbaban a mí alrededor eran un buen aliciente para demostrar mi mejor forma física. Este ataque me lo he ganado a pulso, no debería haberme comido al anciano, ni siquiera estaba sabroso, y ahora tengo que vérmelas con los miembros de la agrupación a la perteneció en esta existencia de no vida, ni muerte. De todo se aprende; para la próxima, iré a por los solitarios, o a por un miembro de un grupo más pequeño y menos belicoso.

No tengo ni idea de qué mueve a los humanos y seres que forman pequeñas tribus, no es que juntarse vaya a mejorar sus castigos, y a mí la sola idea de tener que pasar la eternidad con alguien me levantaba dolor de cabeza.

Me agaché a tiempo de esquivar una rama que me hubiera roto la mitad de mis picudos dientes. Un calambre me recorrió la pierna derecha. Me fallaría en cualquier momento, y para colmo me estaba aproximando a una zona que aún me convenía menos. Hacía tres años que no pasaba por allí, pero seguro que los habitantes no me habían olvidado. Un ser como yo, asexuado, verde, de cuerpo alargado y cabeza pequeña, en la que sobresalen dos pequeños ojos negros y una boca redonda llena de dientes, puede pasar desapercibido aquí… si no ha sido el responsable de la muerte de una veintena de habitantes.

Con un gruñido apuré mi carrera en un desesperado intento de variar la ruta. Quizá tuviera más posibilidades en las cuevas que había a un par de kilómetros. Podía perderme entre los túneles o atrincherarme en una.

Las garras de mis pies se enredaron con unas raíces que sobresalían. Caí y rodé por el suelo, sin control, por una inoportuna pendiente, hasta que mis largas uñas curvas se clavaron en la tierra. Pasaron dos segundos, no se escuchaban más que los habituales sonidos del lugar. Pensé que había despistado a mis perseguidores, pero los pasos volvieron a ser audibles y las flechas surcaron de nuevo el aire. Maldije y me puse en pie, preguntándome cuantos palitos habían conseguido reunir para ensartarme. No se les daban acabado.

Entre ramas y hojas, alcancé a ver las colinas desde las que se accedía a las minas. Estaban cerca, también mis perseguidores, pero con un último esfuerzo me lancé a por ellas. Desafortunadamente, a por mí se lanzó un enorme gato deforme dispuesto a cercenar mi cuello con sus dientes. Salió de entre la espesura, como hacen siempre los diversos bichos autóctonos del infierno. No me cogió por sorpresa, pero librarme de él me costó unos segundos que aprovecharon mis enemigos. Podría haber dejado que el gato me mordiera, el veneno de mi sangre es mortal, hasta para los seres infernales, pero el mordisco iba a dolerme, por lo que partí por la mitad al bicho y seguí corriendo. Para cuando logré refugiarme en la primera oquedad que me ofrecían las colinas, llevaba conmigo una flecha en el hombro y otra en la canilla.

No me detuvo el dolor, ni el cansancio, ni la sangre que salía de mis heridas. Me arranqué las flechas rasgando mi curtida piel y recorrí un par de túneles con la esperanza de no perderme. Dudaba que el grupo me siguiera hasta las profundidades de la tierra. A saber qué hay entre las piedras, seguro que no apreciaban tanto al anciano como para descubrirlo. Yo tampoco tenía ninguna gana de tener compañía monstruosa, pero necesitaba ganar tiempo. Si mi llamada era atendida, pronto estaría no solo a salvo, sino también fuera del infierno.

Una nueva gruta, amplia y bastante confortable para ser una cueva, me recibió. Pensé que no tenía salida, hasta que mis ojos dieron con una piedra redonda pegada a una de las paredes. Por las marcas del suelo, esa piedra había sido movida, y tenía toda la pinta de ejercer de puerta. Era el escondite de algo, o de alguien. Las paredes estaban desnudas, nada indicaba quien podría ser su propietario, pero esperaba que volviese pronto. La carrera me había dado hambre.

Una sensación de frío me asaltó de pronto. Con lentitud, me volví, para encontrarme con una figura cubierta por una túnica negra. Tal vez por impresionar, el recién llegado desplegó las enormes alas oscuras que salían de su espalda.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunté molesta—. He llamado a tu jefa.

El ser tenía el rostro cubierto por la capucha de la túnica, pero por cómo se agitaron las plumas de sus alas supuse que no le había hecho ninguna gracia mi comentario.

—La Muerte tiene cosas más importantes que hacer que acudir a tus llamadas, Ishbeth.

Debería haberlo supuesto. En nuestro último encuentro, La Muerte y yo no terminamos muy bien, así que en venganza me enviaba a un subalterno. A mi pesar, un ángel de la muerte era mejor que nada.

—Está bien —asumí, resignada—. ¿Nos vamos?

—No, Ishbeth, antes debes conocer el precio.

Me sorprendió su negativa. Ya sabía que la huída conllevaría una obligación, pero era obvio que aceptaría cualquier cosa con tal de salir del infierno.

—Lo que sea, me sirve —aseguré categórica.

Por un segundo creí que iba a reírse, algo verdaderamente difícil para un ángel de la muerte. Con una calma que a mí me puso de los nervios, unió sus esqueléticas manos en el regazo.

—¿Eres consciente de por qué estás aquí, Ishbeth, del daño que has hecho? —preguntó con seriedad y voz cavernosa—. Has asesinado, destrozado almas, y condenado a toda criatura mágica, por tu avaricia y ansia de poder.

Iba a replicar, por supuesto que sabía todo lo que había hecho, pero algo muy contundente envistió contra la roca que servía de acceso. Me olvidé del ángel y me pegué a la rugosa puerta. Me pareció escuchar gruñidos del otro lado. Un nuevo enviste casi parte la piedra y la vibración recorrió todo mi cuerpo.

—Lo soy, soy muy consciente, he sido terrible —comencé a decir de carrerilla, tratando de sujetar la piedra por si un nuevo golpe la hacía saltar por los aires—. A todo que sí, y más también. He aprendido la lección, no volverá a suceder, soy un ser nuevo….

—¡No trates de engañarme! —me gritó el ángel, ofendido—. No has escarmentado, nada parece afectarte, pero eso se acabó, Ishbeth.

Mi nombre resonó en mis tímpanos y logró que la agitación del exterior fuera en aumento.

—Acepto. Lo que sea, de verdad —dije con nerviosismo.

—No, se acabaron los juegos, Ishbeth, ya…

Esta vez fui yo quien lo interrumpió.

—¡Quieres dejar de decir mi nombre! —exigí con un gruñido—. Aquí los nombres se los lleva el viento hasta oídos de quienes no te conviene que te encuentren.

No me costó demasiado entender  que era justo lo que el ángel quería.

—Muchos enemigos, de antes y nuevos. ¿Por qué será?

Volví a centrarme en la puerta, o de lo contrario me desquitaría contra el maldito ángel.

—Soy un ser incomprendido —repliqué entre dientes. Empezaba a dudar que me fueran a sacar del infierno, al menos a tiempo. El jaleo en el exterior crecía, tendría que haber un centenar de criaturas, por suerte tan tontas como para no ver que la puerta se abría con girar la piedra, en vez de a empujones.

—Tu verdadero castigo comienza ahora, Ishbeth, formarás parte de los guardianes —decretó el ángel con una satisfacción que se me escapaba.

—Genial, guardián, perfecto —acepté. No tenía ni idea de qué era un guardián, suponía que me mandarían custodiar algo, y me  valía.

El silencio en la cueva, que volvía más palpable los sonidos del exterior, me hicieron intuir que mi interlocutor esperaba algo más que tres palabras.

—Guardaré, custodiaré o lo que sea, con mi vida inmortal, ¿contento? Me presto voluntariamente a…

—Proteger a los humanos que necesitan ayuda —completó el ángel dejándome de piedra.

—¿Humanos? —inquirí sorprendida. Un nuevo enviste me sacó de mi aturdimiento. Lo miré por el rabillo del ojo, tenía que tratarse de un error.

El ángel asintió y las alas parecieron agrandarse.

—En caso de ser necesario, darás  tu vida por su causa. Ningún mal irreparable les sucederá a tus protegidos desde el instante en el que se te invoque. Se te prohíbe y se te limita el uso de la magia salvo extrema necesidad, y, desde este día, tu aspecto también será humano, y no conservarás más que el recuerdo de tu ser, a menos que demuestres ser digna de confianza y que tus rasgos como criatura sirvan para tu misión. En cualquier caso, ese aspecto que ahora luces, jamás lo recuperarás.

Apenas entendí la mitad, seguía sin dar crédito a que yo, un devorador de almas, fuera reconvertido a guardián de humanos. Miré mi cuerpo con incomprensión.

—¿Qué le pasa a mi aspecto?

—No es muy reconfortante.

Para ser un ángel de la muerte, me pareció que no sabía demasiado de cómo funcionaba el mundo.

—El miedo ayuda.

—No si aterrorizas a tus protegidos.

Me encogí de hombros y no protesté mas, eso lo podía entender. Seguía sin hacerme especial ilusión tener apariencia humana, pero la había adoptado en ocasiones y sabría sacarle provecho.

—Por mí está claro, guardián de humanos, poquita magia.

Otra envestida, acompañada por un potente gruñido que me sugirió que el atacante era grande, consiguió que la piedra comenzara a resquebrajarse. Sin embargo, el ángel parecía reacio a darse prisa.

—Guardiana, serás una mujer. Y nada de magia, salvo la necesaria, porque como caigas en la avaricia, volverás aquí sin remedio.

Eso ya me gustaba menos, iba a ser difícil controlar mi pequeño problema con la magia. Aún así, asentí con la cabeza mientras mis manos hacían lo posible para que la piedra resistiera.

—Acepto, ¡acepto!

—Serás libre… —continuó el ser mientras las paredes de piedra comenzaban a temblar. Mis numerosos enemigos estaban rodeando la cueva, trepaban por las paredes exteriores en busca de otro acceso, y seguro que no tardarían en llegar a la gruta por los túneles.

—¿No me lo puedes contar en otra parte? —pregunté con voz aguda.

—Debes saber a qué te comprometes —respondió el ángel inflexible—. Serás libre si superas con éxito tu última encomienda: restaurar la magia.

Un numeroso ejército iba a por mí. Estaba segura de ello. Al temblor de las paredes se le sumaron pequeños desprendimientos en la piedra que nos rodeaba. Si no entraban, terminarían sepultándome en la cueva, y las grietas de la puerta eran cada vez más profundas. El ángel, indiferente al peligro, hizo ademán de seguir hablando.

—¿En serio? —protesté—. ¡Van a echar la puerta o la cueva abajo! Y entonces sí que seré libre, ¡porque estaré muerta!

El ángel pareció dudar.

—No, no creo que tengan intención de matarte. Además, eres inmortal. Supongo que prefieren torturarte.

—Gracias —gruñí con sarcasmo—. Me queda claro, ser guardiana, aspecto humano, todo se termina cuando restaure la magia. Entendido. Por enésima vez, ¡acepto!

—Una última condición.

Se me escapó un suspiro derrotista.

—Para tu misión definitiva, deberás condenar al infierno del que tanto deseas huir al único ser que has amado, a tu alma gemela, a  tu hermano, y confinarlo eternamente al dolor y al sufrimiento que tan  bien conoces.

Sabía de quién me hablaba, le faltaba añadir que fue mi único amigo. Un nuevo golpe en la puerta casi me lanza al interior de la cueva, la claridad del exterior comenzaba a filtrarse por las grietas.

—¿Qué me dices, Ishbeth?

No tuve ninguna duda:

—¿Cuándo nos vamos?

 

 

UN SIGLO DESPUÉS

Llegué al castillo de Venker hace un año en un momento difícil. Mi tarea era la esperada de una institutriz: ocuparme de la educación de Thais, una niña que entonces tenía ocho años y que acababa de perder a su madre. Es normal que no sea una niña feliz, es demasiado pequeña para aceptar tal pérdida y demasiado mayor para recibir el constante consuelo y atención que tiene Roberto, su hermano menor.

Roberto, o mejor dicho Boby, tiene seis años y la complacencia de su padre por ser varón. Se mueve entre hombres sin restricciones y estos disfrutan con su presencia, enseñándole todo lo que debe saber para cuando crezca y ocupe su lugar como heredero del ducado. Thais no tiene más que sirvientas sumisas que nada le pueden enseñar. Ella será una gran dama y, con esto, a su pesar, solo le quedo yo.

Por mi parte, tengo la firme promesa de guardarla con mi vida ya que Widelmina Venker no murió en un accidente como se cree, ni yo estoy aquí por casualidad sino porque fui invocada. Mi nombre depende de a quién me presente. Como Guardiana soy Magenta, como humana, Devon Ishbeth.

De mi trabajo, hay partes que me encantan y otras que detesto. Tratar con los humanos encabeza lo último. Hasta hoy, siempre he evitado mezclarme con la gente, aparezco cuando empiezan los problemas y me presento como guardiana. Mis protegidos no me recordarán como su gran amiga, pero sí como aquella que les salvó el pellejo, que es lo que cuenta.

Para esta misión, es todo lo contrario. Debo fingir que soy una humana más, cumplir las tareas de una institutriz, y convivir, día a día, con todo el personal del castillo. Es, en definitiva, una mala idea, cuando llevo aquí meses y aún sigo sin entender en qué demonios piensan los mortales, si es que piensan.

Querría haberme quedado en las sombras hasta ser realmente necesaria, pero esta situación es especial, prioritaria, requiere de todos los recursos disponibles y, además, me hubiera muerto del aburrimiento. Si todo va bien esta será mi última misión, y aquí no hay nada con lo que entretenerse.

Con esto, me paso las horas interpretando mi papel cuando ni siquiera me gustan los niños. Duermo y como igual que los demás empleados, pero se me atraganta copiar su comportamiento.

Si la intención de Widelmina al invocarme tan pronto era que la niña y yo creáramos un lazo emocional, además del de protector y protegido, no tuvo éxito. Si pretendía que hiciera amigos o apreciara en algo a los que fueron sus siervos, se equivocó de guardiana.

Por lo que dicen, el duque de Venker es un buen padre y fue un buen esposo. Trata de hacer lo mejor por sus hijos, al tiempo que dirige sus tierras, sintiéndose terriblemente solo a los treinta años.

Su único apoyo, su amigo por mucho que se le vea como a un súbdito, es un joven de la misma edad, un mestizo, llamado Demian.

A mi llegada encontré al mestizo preocupante. Me dobla en peso y altura y sus ojos negros me seguían con desconfianza. Tardé en entender que su recelo no es nada personal. Simplemente él también se toma muy en serio la salvaguardia de los Venker.

Con él me mantuve a distancia, temerosa de ser descubierta aunque fuera imposible. Afortunadamente nuestros caminos no se cruzan más que en los pasillos o en la cocina.

Ahora se ha acostumbrado a mi presencia y nos ignoramos. Es un buen trabajador y un buen soldado. No me gustaría tenerlo en contra.

El tercer hombre de confianza del duque es Remus, designado consejero. Lleva el papeleo, el protocolo y las relaciones exteriores. A sus cincuenta años también ejerce de abuelo en la familia Venker aunque jamás se extralimita. En el lado femenino bien podría denominarse como matriarca a Agnes Parker, el ama de llaves. Sesenta años y, como Remus, una vida de servicio en el castillo. Ellos son los mayores.

Los padres del duque dejaron la fortaleza a su único hijo para trasladarse a otra propiedad en una zona más cálida. En Flowser las infinitas hectáreas de bosque, los ríos y los accidentes geográficos, convierten la región en un lugar incómodo para desplazamientos o problemas de huesos con sus nieves y humedades.

A mí me encanta aunque reconozco que hay noches en las que la oscuridad lo engulle todo y parece que la vegetación esconde siniestras amenazas cuando, en realidad y de momento, no hay peligro. Una pena que todo esté a punto de cambiar.

Ж ЖЖЖЖ

Muy pocos conocen el verdadero significado de la magia, lo que implica poseerla, emplearla o tomar contacto con ella. En su origen se perfilaba dispuesta a que cada cual la manipulara a su antojo, sin declinarse por el bien o por el mal, ahora solo tiene un objetivo y no es precisamente bueno, logrando anular la voluntad de aquellos que la emplean, obligándoles a cometer los peores actos.

En ese primer momento, eran los dioses quienes vivían en la tierra pero estos se aburrieron pronto de ser dueños y señores. Siguen entre nosotros pero en un segundo plano, observando entretenidos como los seres inferiores y los mortales soportan las crudezas de la vida y los estragos que causa la magia.

Dependiendo del lugar, las criaturas se muestran o se ocultan según convenga. No todos los habitantes de los pueblos son capaces de asimilar su presencia y los humanos corrientes, al sentirse amenazados, pueden tratar de atacar a las criaturas creando batallas que no convienen a ningún bando.

Así como hay humanos buenos y malos, respecto a los seres mágicos podría decirse lo mismo. Su postura está sujeta a los poderes que tenga. Sí la criatura puede emplear la magia, siendo como es esta, de un modo u otro terminará siendo maligna y de ahí que queden muy pocas criaturas buenas. Para los restantes, como videntes o psíquicos,  o para aquellos cuya disposición de la magia se limita a mínimos hechizos o rituales que apenas suponen poder, pueden elegir hacía donde encaminar sus actos aunque, teniendo en cuenta como están las cosas, ser “bueno” no es una opción inteligente.

Widelmina Venker fue la elegida para devolver los poderes a su imparcialidad pero tras siglos envenenados, la propia magia se dispuso a asediarla con sus mejores aspectos, para impedir que llevar a cabo su cometido. La Duquesa de Venker no se dejó engatusar. Primaba restablecer el equilibrio. Siendo los poderes hereditarios, si ella caía bajo la influencia de la magia, podría hacerle daño a sus hijos y éstos a sus descendientes con tal de no cambiar las cosas.

Como no podía ser de otro modo en el mundo sobrenatural existen diversos pactos, rituales y sacrificios que otorgan opciones para encarar las dificultades del mejor modo posible. Widelmina conocía uno perfecto para lo que a ella le había tocado subsanar.

Siendo una bruja no debía emplear la mayoría de sus habilidades o terminaría igual de malvada, con lo que se sirvió de su mejor recurso que consistía en tener sueños premonitorios. De este modo encontró la forma de cumplir su cometido, aunque de forma indirecta.

Debía perder su vida y pasar su labor, junto con sus poderes, a su hija pequeña. Lo único que no la hizo descartar la idea fue que, con su acto, surgiría un guardián para la niña capaz de defenderla hasta que la magia estuviera saneada.

El sacrificio idóneo era tan enrevesado como el asunto en sí mismo. Su muerte debía ser llevada a cabo por una criatura capaz de emplear la magia y que hubiera tenido algo que ver en el suceso que supuso aquel envenenamiento de la magia.

El fin de su vida de forma voluntaria le daría más poder a su hija del que tendría por su linaje. Que el autor fuera un ser especial e implicado en el asunto a resolver, lograría que la guardiana que surgiera estuviera a la altura.

Su hija acababa de cumplir ocho años cuando este camino le fue revelado y hasta los diez sería imposible que la magia llegara a alcanzarla. Widelmina, temerosa de no poder contener su condición de bruja que la obligaría a evitar aquello o incluso tratar apoderarse de la magia para ella misma, realizó aquel sacrificio y, con ello, la invocación del Guardián antes de que la niña corriera un verdadero peligro, sin saber que aquella anticipación cambiaba las normas y conductas habituales tanto para el Guardián como para los restantes implicados.

Ж ЖЖЖЖ

En el segundo piso del castillo, la antecámara que separaba el pasillo de las puertezuelas que conducen a las habitaciones de los niños y a la mía, se mantenía una iluminación sutil gracias a los candelabros de plata anclados en las paredes de piedra, dejando fuera la noche cerrada.

En aquel espacio intermedio no había más que un asiento, una estantería con libros infantiles y un baúl con los juguetes de Boby. Thais se consideraba demasiado mayor para jugar a mis pies y el lugar les recordaba demasiado a momentos felices con su madre, con lo que yo no había tenido que pasar horas en la única butaca mientras ellos fantaseaban con piezas de madera.

Me había despedido ya, pero sabía que Thais no dormía y vi la luz bajo su puerta corroborando mis sospechas.

Llamé y esperé a que me diera paso. Pretendía que me respetara con lo que debía hacerla ver que la respetaba a ella.

—Adelante —susurró la niña transmitiendo su desconcierto en el tono.

Abrí y le sonreí amablemente ignorando la decepción que brilló en sus ojos. Imagino que esperaba que fuera su padre.

—Oh, Devon. Ahora mismo apago todo y me duermo —rezongó apática, disponiéndose a soplar el candelabro de mano que descansaba en la mesilla junto a su cama.

Mantuve la sonrisa y avancé hasta sentarme a su lado—No he venido a regañarte.

Me miró suspicaz por el acercamiento. En todo aquel tiempo yo había sido correcta y severa en la justa medida, guardando las distancias.

—Mañana te espera un gran día Thais, es normal que no puedas conciliar el sueño —le expliqué al ver que no bajaba la guardia.

Aquel rostro era un libro abierto y vi que la había desconcertado, o mejor dicho que la tenía aún más desconcertada. Es lo bastante avispada para comprender que no la trataría como a una niña frágil y desgraciada como solían hacerlo las otras mujeres. No me compadecía de ella y sé que con esto daba a entender que era una persona fría. Razones no le faltan, yo no soy la reina de la dulzura. Esa niña podría confiar en mí solo si me veía fuerte. Ambas tendríamos que serlo.

—Solo es otro cumpleaños —respondió indiferente tragándose “el segundo sin mi madre” que le pasaba por la cabeza mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Es tarde.

Orgullosa, para que no la viera llorar, apagó la vela con un soplido y se tumbó dándome la espalda.

Indiferente, me puse en pie dando por finalizado aquel primer encuentro personal.

—Hasta mañana Thais —le dije antes de cerrar la puerta sin esperar respuesta. Estaba llorando, las palabras no traspasarían el nudo que tenía en la garganta.

Con un suspiro resignado salí de su cuarto y de la antesala para emplear las escaleras de personal descendiendo hasta la cocina, dónde la señora Parker ultimaba detalles para el evento.

Frunció el ceño al verme, agitó las manos y las seis camareras se dispersaron dejándole paso y afanándose en sus asuntos.

—Señorita Ishbeth —me saludó con los brazos en jarras.

Sonreí educada.

—Thais está llorando.

Meneó la cabeza con impaciencia.

—Y usted no puede consolarla, por supuesto. Todo menos eso.

—Sí puedo, hasta podría llorar amargamente con ella, pero no es lo que quiere. Yo sigo siendo una extraña y usted una constante. No habría suficientes “cielos”, “cariños” ni caricias que cambiaran eso esta noche.

La expresión del ama de llaves estaba a medio camino entre la incredulidad y el horror.

—¡Válgame dios! Menos mal que le quedo yo a esa pequeña —protestó, encaminándose hacia las escaleras del servicio para ir en su auxilio.

La seguí con una sonrisa burlona. Por el brillo de satisfacción en los arrugados ojos grises era evidente que nada la hacía sentir mejor que seguir siendo importante aunque, en efecto, consolarla tampoco era mi trabajo.

Me metí en mi cuarto una vez la señora Parker entró en el de Thais. La niña jamás sabría que yo estaba tras aquella visita. Eso no sería bueno para nadie.

El espejo de cuerpo entero me dio la bienvenida reproduciendo mi imagen como una burla. Estaba ridícula con aquel sobrio vestido, tapada hasta el cuello y con el pelo recogido en un moño tan tirante que parecía estirar mi rostro. He tenido suerte, como humana soy joven y muy bella, pero en este papel tengo que ser solo agraciada para no llamar demasiado la atención.

Empecé a deshacerme de las horquillas, molesta porque tendría que volver a ponerlas por la mañana. Pese al trabajo, ningún mortal podría dormir con aquello sin clavarse una en el cerebro. Aliviada, me sacudí mi melena cobriza y los rizos cayeron libremente hasta media espalda.

Me deshice del vestido largo desabrochando el centenar de botones de la espalda, lo que es bastante complicado. Sé que cualquiera de los sirvientes me ayudaría pero, manías e intimidades aparte, mi vestimenta no es tan adecuada o correcta como parece.

Bajo el vestido que toque, todos del mismo estilo, largos hasta el suelo, cerrado en mis muñecas y en el cuello, no llevo enaguas ni cosas semejantes.

Mi verdadero atavío se compone de unas mayas negras, botas hasta la rodilla de tacón arqueado y terminadas en punta, un caftán oriental con símbolos grabados en magenta y un corpiño reforzado por si acaso vuelan golpes. El ser sobrenatural no salva las limitaciones físicas de una mujer menuda.

Rodeando la cadera llevo un cinturón con lo que pueda hacerme falta y en los muslos unas cintas sostienen las vainas de mis propias dagas. Con el vestido luzco dos tallas más pero como he dicho en este papel no prima la coquetería. Guardo secretos, por todas partes y hasta mis antebrazos están protegidos por si acaso dejando claro que esto no es un juego.

Lista para irme a dormir, me puse un camisón que es como el vestido pero menos entallado. La verdad es que resulta curioso que no pueda dormir con horquillas y si con puntas y dagas afiladas. Al menos me quito las botas y el corsé. Probablemente sea la última noche que lo haga. Thais cumple diez años, ahora empieza realmente mi trabajo.

En cuanto me tumbé sobre la cama, me asaltaron los recuerdos que me han traído hasta esta situación. Todos tenemos un pasado y todo acto conlleva un precio. Haber sido un demonio me ha salido muy, muy caro.

Ж ЖЖЖЖ

Siglos antes aquel castillo era bien distinto y muchísimo más grande. Lo único que no ha cambiado con el tiempo es lo que hay debajo de él: mi territorio y los pasadizos.

Los terrenos pertenecían a una diosa que coleccionaba todo tipo de criaturas, dándoles alojamiento, llegando a emplear a los más pacíficos, disfrutando con las travesuras de los más violentos. Entre ellos estaba yo, un devorador de almas.

Como demonio era una figura alta de piel escamosa, muy delgada y sin sexo concreto, con el pelo lacio de color verde, ojos totalmente negros y una boca redonda llena de dientes. Mi verdadero aspecto hacía bastante difícil que mis victimas se confiaran pero mi poder me permitía adoptar varios aspectos humanos. En mis últimos años como demonio, solía caracterizarme como una joven de veinte años con el pelo claro y los ojos azules, pasando perfectamente por la hermana de Deyhal, una de las criaturas más violentas  e inestables que puede haber en el mundo.

Él sigue igual que siempre, es lo que tienen los vampiros, pero yo he cambiado mucho. Pese a todo, una parte de mí lo extraña. Si alguna vez albergué algún sentimiento positivo, de familiaridad o afecto, fue hacia él y también hacia la Diosa, aunque con ella me di cuenta demasiado tarde.

Mi buena relación con Deyhal se forjó porque, aun siendo los depredadores fieros y territoriales que éramos, él carecía de alma con la que alimentarme y mi sangre portaba tanto veneno como para matarlo. No nos atacaríamos a traición y ambos necesitábamos ayuda. Nuestra fama nos precedía poniendo en guardia a nuestras presas. Al principio cualquiera me servía de víctima, hasta que me hice con el alma de una bruja y descubrí que podía asimilar sus poderes durante un tiempo. En ese momento, me convertí en una auténtica amenaza con Deyhal a mi lado. Siempre ha sido más que un vampiro, cuenta con un don extraordinario que lo hace fijarse en detalles que pasan desapercibidos hasta para los más avispados, es un escapista insuperable y puede ver con nitidez qué clase de poder alberga cada ser.

Por esto, el rechazo de las otras criaturas era implacable, estaban peligrosamente cerca de unirse para acabar con nosotros y solo la Diosa nos acogió, dejándonos ir a nuestras anchas bajo tierra, permitiéndonos pasear por el palacio con la promesa de no atacar a sus otros habitantes. Durante un tiempo supimos encajar y sacarnos provecho mutuamente para no pasar hambre o divertirnos de un modo sencillo, macabro para la mayoría.

Él acorralaba a los seres con poderes ganando tiempo y haciendo que se confiaran, para que yo me abalanzara por la espalda devorando el alma del elegido. En cuanto solo quedaba el cuerpo, Deyhal tenía su parte sin esfuerzo ni riesgo. Sin duda la Diosa sospechaba algo pero jamás nos reprendió por ello.

Lo que complicó mi existencia ni siquiera lo vi venir y entonces tampoco me preocupaba. De pronto mi ansia de poder y su ansia de sangre fueron desorbitados y lo arrastré conmigo hacia presas mayores, empleando su don con el que podía definir hasta las cualidades más ocultas. Por esto reparamos en Vasari, una niña de cinco años capaz de mover objetos con la mente y uno de los seres que la Diosa más estimaba. Deyhal la percibió como un catalizador, algo capaz de absorber todo el poder que no era de nadie y quedárselo.

Durante un tiempo logré contenerme, ser fiel a la promesa de no dañar a ninguna de los seres protegidos por la Diosa, hasta que se presentó una oportunidad que me valió para justificarme.

Una tarde me encontraba en una de las habitaciones de la Diosa pasando el tiempo mientras Deyhal se entretenía embaucando mujeres bonitas, cuando descubrí las únicas joyas que me llamaron la atención en toda mi existencia. Me puse los pendientes y la gargantilla y me sobresalté cuando la Diosa irrumpió en el cuarto, exigiéndome que las devolviera a la caja y que jamás volviera a tocarlas.

Me quedé paralizada por su enfado. El poder de los Dioses es soberbio y fluctúa a su alrededor impregnando sus emociones, sus palabras y sus gestos.  Su acceso de ira me resultó terriblemente doloroso, como un centenar de agujas clavándose en cada parte de mi cuerpo. Al darse cuenta de esto, la diosa trató de serenarse explicándome que se lo había regalado un ser muy querido.

Demasiado tarde. Yo no necesitaba mucho para que el rencor tomara el mando y ansiaba el poder de la niña. No había hecho nada malo como para recibir un castigo tan doloroso, pero lo haría.

Impulsada por la ira, llamé a Deyhal para usar su don, aprovechándome de su confianza en mí y su poco sentido común. Ni siquiera dudó o le preocuparon las posibles represalias de la diosa. Accedió a mi plan sin dudarlo. Él traería a Vasari a una de las salas bajo tierra que yo acondicionaría como lugar de sacrificios.

Confiando en la protección y resguardo de la Diosa, Vasari no vio el peligro hasta que fue demasiado tarde y se encontró con una daga en su cuello y un centenar de cortes.

Lo que Deyhal desconocía, un detalle que lo habría hecho no involucrarse, era que yo quería el poder de la niña, íntegro, y si devoraba su alma, solo lo tendría debilitado y por poco tiempo. No me merecía la pena el riesgo y me lo jugué todo pactando con la única que podía asegurar una tarea de ese calibre, la que tiene poder sobre todos. La única que siempre gana: La Muerte.

No le tuve miedo, no le temía a nada pero Deyhal sucumbió y terminó agazapado como un niño en presencia del ser. Tuve un último detalle con él y le dije que escapara bien lejos para evitar las represalias de la Diosa y porque no sabía en lo que yo terminaría convertida.

Esta vez sí dudó, éramos como hermanos, pero cedió a su instinto de supervivencia y se fugó con el mismo éxito de siempre.

Yo, ni me molesté en considerar las advertencias de la Muerte, solo ansiaba ser así de poderosa, como un Dios o incluso más, al precio que fuera. El traspaso de poderes se dio al poner fin a la vida de la pequeña sin el menor titubeo.

Fue una sensación abrumadora, maravillosa, sentir aquel poder correr por mis venas, consiguiendo duplicar el efecto nocivo de mi sangre, volviéndome letal al tacto.

Dejé de ser un demonio para ser algo mucho más grande, capaz de cualquier cosa y ascendí al palacio con una sola idea en mente: Emplear aquella fuerza que me permitía destrozar un ala entera con solo chasquear los dedos, mientras las criaturas gritaban emitiendo un sonido que me animaba a ser aun más macabra.

Ríos de sangre serpenteaban por el suelo y el castillo se convirtió en un montón de ruinas. Solo dejé en pie el armazón central, lo que es ahora, porque no tenía claro si quería reducirlo también a cenizas o conservarlo. Deliberaba sobre ello cuando la Diosa apareció ante mí, enfurecida.

Me dio igual su poder, yo tenía el mío, y me permití el lujo de burlarme porque aún llevaba puestas las joyas que me sirvieron de pretexto. Soltaba una victoriosa carcajada cuando la espada que me atravesó el vientre me dejó sin aire.

Con todo, lo que más me dolió no fue la herida, la pronta muerte o que mi ejecutora fuera ella, sino la sensación de que el poder quería abandonarme.

Mi grito de rabia hizo temblar el suelo y a todo ser presente cuando perdí aquella fuerza que había tenido.

En mis últimos segundos de vida solo me quedó un consuelo: La magia volvería a ser libre para que otros la usaran pero ya no era la misma, estaba envenenada al haber pasado por mi cuerpo, contagiándose de mi significado. Con ello, también devoraría el alma, convirtiendo a la bruja más buena un ser despiadado cada vez que la usara y la propia magia se aseguraría de que se le diera empleo para hacerse con más almas.

Tras mi último aliento, me vi de nuevo ante la Muerte. Aquella con la que había pactado era ahora mi dueña. Me había advertido de los riesgos y mi primer castigo fue confinarme en el peor lugar del infierno hasta encontrar el mejor modo de hacerme pagar mis actos. Tras este escarmiento inicial, me convirtió en Guardián.

En un principio lo asumí resignada, que no de buena gana, porque ayudar y proteger a los demás nunca estará en mi naturaleza, pero era la única forma de salir del infierno. Un lugar en el que no fui bien recibida por nadie.

Ahora, en este cuerpo y con mucho más sentido del deber, no estoy mejor que entonces. Sigo aferrada a mi dependencia y a la necesidad de poder. Puedo controlar la magia si apenas la uso, me conformo con pequeñas cualidades como ver señales o sentir cosas. Cuanto más recurra a ella mas desearé y excederme supone un billete directo de regreso al infierno, esta vez solo de ida.

Esta es mi penitencia, custodiar con mi propia vida al mortal o criatura que me asignen, mientras batallo con mi adicción  y las ganas de matarlos yo misma. No tendré nunca una recompensa, lo más próximo a esto es el reconocimiento de aquellos a los que he salvado y, comparándolo con la sensación de poder que tan bien recuerdo, casi prefiero que no me den las gracias. Es un asco.

 

 

 

 

 

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10 Responses to La guardiana: Capítulo 1

  1. florencia 4 diciembre, 2012 at 14:29 #

    me encanta las novelas de amor sobrenatural,y tambien imaginarme todo lo que describe, ES GENIAL

    • nesa 4 diciembre, 2012 at 23:34 #

      ¡Hola Florencia!
      Espero que esta te guste 🙂
      ¡Muchas gracias por tu comentario!
      Un saludo

  2. aly 15 enero, 2013 at 6:10 #

    interesante, y apenas la voy empezando jejeje
    saludos

    • nesa 16 enero, 2013 at 0:24 #

      jeje genial!!
      Espero que la disfrutes Aly!
      Saludos

  3. blue 16 febrero, 2013 at 21:41 #

    sube los demas porfi!!!!!
    tambien los de la caceria de sombras que me he quedado a medias

  4. Jen 28 febrero, 2013 at 1:55 #

    aaaaaaaaaaaaaay donde estan los capitulos me perdi porfa como puedo terminar de leer la historia ya que estaba en lo mas interesante

  5. nesa 2 agosto, 2013 at 1:44 #

    Hola:
    Siento haber tardado tanto en responder. Muchas gracias por vuestros comentarios y me alegra que os guste pero, por ahora, seguirá solo el primer capítulo mientras busco la mejor forma de publicar.
    Un saludo.

  6. Betty 12 agosto, 2013 at 6:03 #

    Me encanta!

  7. GraceBertinelli 27 agosto, 2013 at 1:23 #

    y esta cuando la segiras??

  8. nesa 12 febrero, 2015 at 23:36 #

    Muchísimas gracias por vuestros comentarios. Pronto habrá novedades sobre esta y otras historias 😀

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