¡Hola!

Ya pasaron las navidades, ahora toca cambiar de año.

Es momento de hacer balance, de pensar en lo bueno, o en lo malo, o en que por lo menos seguimos igual. No mejor, pero tampoco peor que a fin de cuentas a mi me sirve.

Y tal vez por seguir igual, hay cosas tan arraigadas en estas fechas que es imposible no verse arrastrado.

Por supuesto toca centrarse en los propósitos de año nuevo. Esos son los mejores, lo que no cumplirás así te lo propongas año tras año pero hacerlos tiene su gracia ¿No?

Yo seré más ordenada, seguro… No, segurísimo. Ya lo veréis.

Hay un montón de supersticiones y tengo que reconocer que “por si acaso” me he agenciado algunas. Siempre cosas normalitas claro, dentro de mis posibilidades, porque otras se me resisten como lo de empezar el año con el pie derecho. Lo he intentado, de verdad, pero mi psicomotricidad anda un poco tocada y en esa última campanada estoy demasiado ocupada tratando de no asfixiarme con la pelota en la que se han convertido las doce uvas. Como para ponerme a pensar que pie muevo primero.

El cambio de año es tremendo, un nerviosismo general y ya sé que no tiene nada de peculiar a efectos prácticos, que es como cuando cumples los dieciocho o los treinta. De la noche a la mañana ni te vuelves más adulta, ni te salen canas de golpe.

Probablemente solo sabes que cambia el año porque hay uvas para cenar y amaneces con la Marcha Radetzky a toda pastilla…

Pero a mí me gusta aunque mis vecinos me dejen medio sorda con los petardos o pase el papelón con mi perro al que en una de estas le da un infarto.

No sé, es la costumbre 😉

Estos días los medios de comunicación nos entretienen con un montón de especiales recopilando todo lo que nos ha dejado este 2012….

Y, lo siento, pero yo no puedo terminar el año sin sacar mi lado más friki y dejarme llevar por esta especie de remix de la macarena coreana je, je

Espero que lo disfrutéis. Muchísimas gracias por estar ahí y…

¡¡Feliz 2013!!