Relato VII: El final del camino

 

caminoImagen: Siro Rodenas

 

Caminaba distraído. ¿Qué le había dicho el médico? Dos meses. Sí, dos meses de vida… y eso siendo optimista.

Se detuvo en un semáforo. Era extraño cómo el cerebro puede fraccionarse y tratar temas que te dejan absorto a la par que estar atento al código vial. Fantástico. Pero claro, el cerebro no era su problema, este iba bien. Todo iba bien para ser sinceros. Es más, hasta hacía cuatro días estaba convencido de que lo único que tenía eran gases y ahora, vistos los resultados de las pruebas y las caras largas de los médicos que lo habían tratado, ponía la mano en el fuego de que era simplemente eso.

No, gases no, bueno sí, pero también un pequeño tumor en un punto del sistema digestivo del que hasta la fecha ni siquiera sabía que existía. Pequeño y puñetero, algo así le había dicho el especialista con palabras mucho más sonoras y profesionales. Mal tumor, mala situación, mala intervención, mala pinta.

Y él estaba anestesiado, no se lo creía. ¿Cómo iba a irse al otro barrio en dos meses? ¡Pero si solo eran gases!

Estaba siendo una pelea constante. El demonio del hombro derecho le restaba importancia, el ángel sentado en el izquierdo lo regañaba por no asumir las cosas.

Bueno, no era el único. Su mujer tampoco terminaba de creérselo. En esos cuatro días había experimentado todo tipo de emociones, pero la incredulidad y la esperanza eran las que más peso tenían. Había intentado ocultarle las menos agradables, pero no tenían una casa tan grande y la conocía lo suficiente.

Sí, la conocía desde hacía treinta y dos años.

Había sido en la fiesta del pueblo. Justo esa noche no pensaba conocer a la mujer de su vida, lo único que tenía en mente era agarrarse una buena borrachera con sus amigos de siempre. Al final, hizo ambas cosas. Bebió tanto que se le revolvió el estomago y, con puntería, vomitó hasta el desayuno en los zapatos de una chica preciosa que tuvo la mala suerte de estar en el momento y el lugar menos indicados.

No recordaba lo que había pasado, pero su mujer sí y era una historia que empezaron a contarle a sus hijos… cuando tuvieron edad para beber. No antes para no darles ideas, por si acaso.

La náusea lo había cogido desprevenido. No era la primera vez que el alcohol le sentaba como un tiro por lo que buscó un lugar más íntimo que aquella plaza abarrotada. No llegó muy lejos. Casi en pleno jaleo, su cuerpo se sacudió, quedó doblado por la mitad y su boca se convirtió en una fuente.

Para cuando pudo volver a incorporarse, estaba débil, mortalmente pálido y los ojos inyectados en sangre. Su atención duró un segundo, lo justo para fijarse en el rostro de la más afectada. Parpadeó, como si no diera crédito y, tras soltar un romántico “Joder, estás de muerte”, se quedó inconsciente.

El sonido de un claxon lo devolvió al presente y borró la sonrisa estúpida del rostro. El semáforo ya estaba en verde para los peatones. Echó a andar, cruzó la calle y siguió por la acera un par de metros antes de volver a ensimismarse.

No recordaba esa desafortunada declaración, ni cómo llegó a su casa o quien le quitó los pantalones vomitados y se deshizo de ellos, probablemente para que su padre no le diera una paliza.

Una maniobra inútil. Emborracharse en la fiesta del pueblo supone que tus padres sepan de la cogorza segundos antes de que la misma se manifieste.

Lo que sí recordaba es que tardó mucho tiempo en volver a verla. La chica en cuestión lo esquivó como la peste los meses siguientes. No es que la hubiera buscado, en absoluto, no la recordaba, ni él ni sus amigos a cada cual más perjudicado… pero ella los había fichado para siempre.

De forma curiosa, porque el destino era así de caprichoso, su primer trabajo fue en unas oficinas en las que, sorpresa, también trabajaba ella.

Trabaron amistad porque sus ocupaciones los obligaba a trabajar codo con codo, pero no fue hasta la primera cita que ella le contó que le había vomitado en los zapatos, omitiendo la curiosa declaración de amor, que fue revelada durante una borrachera, esta vez conjunta, y, hábil con las palabras, él volvió a repetir el gran cumplido.

Lo que lo devolvió al presente no fue ningún sonido, sino la idea de que en breve todo lo que habían tenido desde ese momento inicial terminaría. No más situaciones de las que reírse, ni de las que lamentarse, ni de las que… Nada más.

El camino que escogieron se terminaba abruptamente para él. El de ella seguía. Sin él. Y él sin ella.

Fue consciente de algo que había ignorado hasta el momento:

No era capaz de distinguir qué le daba miedo, pero tenía mucho miedo. Y dolía. Su cuerpo estaba bien, como si solo fueran gases, pero su alma estaba sufriendo como jamás había sufrido en su vida.

 

 

 

 

 

 

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9 Responses to Relato VII: El final del camino

  1. Blue 7 julio, 2014 at 11:59 #

    Uau! Vaya historia!

    • nesa 13 julio, 2014 at 0:57 #

      Gracias por leerlo y comentar, Blue!!
      Saludos 🙂

  2. Mari 13 julio, 2014 at 11:02 #

    Nesa, te cuento que…¡¡No me da tiempo a leer tus textos en estos momentos!! -Esperaré a nuestro regreso de Alemania…;)))
    B7s

    • nesa 15 julio, 2014 at 2:58 #

      ¡Anda, Alemania! Tiene que haber una buena fiesta por allí je je je
      Nada, nada, a disfrutar!!
      ¡Besos! ;)))

  3. mocauy 15 julio, 2014 at 14:15 #

    Hola, un relato precioso, me ha encantado como has manejado sentimientos de alegría y tristeza en los personajes.

    • nesa 15 julio, 2014 at 22:14 #

      Me alegra que te haya gustado, Mocauy.
      Muchas gracias por leerlo y comentar.
      Besos.

  4. Canopus309 17 julio, 2014 at 0:10 #

    Hola Nesa, me ha gustado, es triste pero real….

  5. REBECA 10 septiembre, 2014 at 22:36 #

    Cuantos sentimientos en pocas palabras,toda una vida

  6. Siro 10 julio, 2015 at 15:47 #

    Preciosa historia;

    Me alegro que te haya gustado una fotografía mía y que pongas la referencia.

    Saludos

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