Romy y Allen: Prólogo

 

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En la habitación del hotel, Sonia miraba la pantalla del televisor sin el menor entusiasmo. Tenía el mando en la mano, dispuesta a cambiar, pero en todos los canales retransmitían la misma noticia. La voz de la reportera se le metió en la cabeza. Delante de los juzgados, la mujer sonreía a cámara:

—A estas horas, los miembros más importantes del cártel han sido detenidos. Gracias a La Estrella, se ha desarticulado la mayor red de tráfico de drogas del país. Su valentía y…

Sonia apagó el televisor y dejó caer el mando sobre la cama en la que estaba sentada. Cómo detestaba el apodo que le habían puesto: La Estrella. Si pudieran solo dejar de mencionarla, su vida sería mucho más sencilla.

Algún reportero amarillista había decidido que no estaría nada mal referirse a ella con un mote. No es que se hubiera devanado los sesos en esto, de la testigo principal pasó a ser la testigo estrella, y, de ahí, la estrella a secas. Lo que los periodistas parecían no ver era que cada vez que la mencionaban, insistían en que una persona había sido la responsable de la caída de un imperio. Los miembros más importantes estaban entre rejas, pero, al margen de los que hubieran quedado libres, un encierro no impediría que buscaran venganza. En realidad, ninguna mafia vería con buenos ojos su hazaña, por muy bien que les viniera. Por no sentar precedentes, seguro que también iban a por ella. Y sabían de sobra quién era.

El juez había dispuesto que su identidad no constara en ningún documento. Su imagen no sería divulgada, ni siquiera una vez finalizado el proceso. Si a ella le sucedía algo, estas medidas de seguridad se mantendrían, con el fin de extender la protección a su familia. Las notificaciones o citaciones no eran enviadas a su casa. Hasta testificó tras un biombo en el juicio oral. No era más que un número en los informes. Se acogió voluntariamente y por escrito. Tenía miedo y motivos suficientes para cubrirse las espaldas. Sonaba muy bien, muy seguro, pero no habían contado con la poca profesionalidad e inconsciencia de algunas personas.

La culpa de que su vida y la de su gente estuvieran en peligro, era de los medios que tanto la alababan. Cuando centraron la atención en el caso, uno de los corresponsales compartió que la secretaria del último empresario asesinado había sido testigo del suceso, y podría ponerles cara a los atacantes. Sonia se había enterado de esta metedura de pata cuando dos policías se presentaron en su casa y le aconsejaron que hiciera la maleta.

Desde ese día, varias patrullas velaban a los miembros de su familia y ella iba de hotel en hotel, con escala en algún piso seguro. Sus numerosos enemigos no podían acceder a ella, pero sus padres sí se habían visto afectados por las represalias. Todo esto lo sabía por los agentes que la custodiaban día y noche. Ni siquiera podía hablar por teléfono, ni por ningún otro medio. A todos los efectos, no tenía ni familia, ni amigos. Estaba completamente sola.

El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Era hora de irse. Las medidas de protección habían cambiado. Tendría una nueva identidad, un nuevo trabajo, un nuevo hogar e infinitas posibilidades, o algo así había dicho el entusiasta agente de turno. Lo único en lo que pudo pensar durante esa charla, fue en lo mucho que se arrepentía de haber hecho lo correcto.

Alicaída, dejó la cama, cogió su abrigo, la pequeña maleta con ruedas, y echó un vistazo a la habitación de hotel. En teoría, la última en la que tendría que cobijarse.

En el pasillo la esperaban dos agentes vestidos de calle. Los primeros días en custodia oficial había hecho bromas, porque era evidente que eran guardaespaldas y, aunque no fuera obvio, prefería tomarse la situación con humor. A esas alturas, en esos momentos, no tenía ganas ni de saludarlos.

—Todo irá bien —le prometió el más alto.

Sonia se limitó a asentir, mientras los tres se dirigían al ascensor.

En cuanto las puertas se cerraron, sintió un nudo en el estómago. Cada vez que cambiaba de emplazamiento, al salir a la calle, al exponerse, experimentaba una sensación de vértigo.

El ascensor se detuvo en un par de pisos. Con cada apertura de puertas, contenía el aliento. Para cuando llegaron al recibidor, había siete personas con ella. Las puertas se abrieron por última vez y dejó que los demás salieran primero. Los agentes se mantendrían a distancia, alerta.

Se dirigía al mostrador para devolver la llave de la habitación cuando un hombre se interpuso en su camino. Alzó la vista sorprendida, el desconocido estaba a un paso. Vio reconocimiento en sus ojos oscuros. Ni siquiera fue consciente de que tenía un arma en la mano, oculta por el abrigo que llevaba doblado en el brazo.

—Las estrellas tienen que estar en el cielo —le dijo, antes de disparar.

Entre los gritos de los allí presentes, el cuerpo de Sonia salió despedido hacia atrás, con un agujero de bala entre los ojos.

 

 

 

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6 Responses to Romy y Allen: Prólogo

  1. Yazmin Cedeno 9 septiembre, 2014 at 21:41 #

    Guauuu menudo comienzo de infarto woww genial Nesa como siempre in beso. ..

    • nesa 10 septiembre, 2014 at 0:52 #

      Mil gracias, Yaz!
      Me alegra mucho que te haya gustado 🙂
      ¡Un beso!

  2. Carmen 11 septiembre, 2014 at 22:24 #

    El inicio está muy bien planteado comenzando, como me gusta a mí, con mucha fuerza.
    Un abrazo, Nesa!.

    • nesa 11 septiembre, 2014 at 23:26 #

      ¡Gracias, Carmen!
      Me alegra mucho que te haya gustado.
      Un abrazo!

  3. mocauy 14 septiembre, 2014 at 23:03 #

    bueno,buenoooo….romántica y mucho mas !!! a por ella el 24 de septiembre.
    Mis mejores deseos de éxitossss.

    • nesa 16 septiembre, 2014 at 22:33 #

      Muchas gracias, Mocauy!!
      En realidad la historia se centra solo en la parte romántica. El prólogo nuevo es para explicar un poco mejor lo que se decía de pasada en la anterior versión.
      Un abrazo enorme y mil gracias por los buenos deseos!

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